«Bienvenidos Bea y Leo».

—No... ¿Es en serio? —preguntó Leo deteniéndose a mirar a la familia.

—¿Qué tiene de malo? —preguntó Beatriz que agradecía la calidez de su amiga y su familia y rememoraba esa sensación de ser importante para alguien que ya hacía tiempo había dejado de experimentar.

—¿Esa es tu amiga y su familia? —inquirió despectivo.

Magalí sonreía ansiosa mientras esperaba que se acercaran.

—Sí, son Magalí, Paolo, Esmeralda y Constanza —informó la madre caminando un poco más para acercarse a sus amigos.

—¿Sí? Y yo me preguntaba dónde estaba George —añadió.

Bea se detuvo y lo miró sorprendida.

—¿Qué George? —inquirió.

—George Pig, Beatriz. ¿No son acaso la familia Pig?

—¿Qué? —inquirió la mujer confundida y sin entender nada.

—Sí, los chanchitos esos feos de los dibujos que ve el hermano del Chino —añadió riendo con desenfado—. Ahí están —señaló a las personas—: mamá Pig, papá Pig, Peppa Pig y... bueno, supongo que Goerge sería Georgina —se encogió de hombros riendo.

—¡Basta, Leo! —se detuvo su madre mirándolo amenazante—. No seas así, no quiero que te burles de esta gente que de tan buen corazón que tienen nos recibirán en su casa a pesar de saber que tú...

—¿Que yo qué, Beatriz? —la increpó con seriedad.

—¡Bea! ¡Leo! —empezaron a corear los anfitriones y Leo negó girando los ojos, ¿era en serio? ¿Qué clase de gente anormal era esa? ¿Por qué los ridiculizaban en medio de la terminal?

—¡Compórtate! —amenazó Bea antes de correr a abrazar a su amiga.

Leo la contempló a la distancia. Esa mujer menuda y delgada a quien solía llamar madre parecía desaparecer en el abrazo de la mujer blanca y rechoncha que sollozaba emocionada por el reencuentro.

Leo miró al padre, a la pequeña niña y por último a la adolescente que su madre había dicho tenía su edad.

Si la chica es bonita, diviértete un poco, amigo. Vicky no tiene por qué saberlo —dijo el Chino en la última noche que cenaron juntos como despedida.

—Sí, por favor y mándanos una foto —pidió Damián.

Leo empezó a reír de solo imaginarse a sus amigos viendo a esa muchacha que ahora lo miraba con el ceño fruncido sorprendida por su actitud. Tendría que estar demasiado necesitado para estar con Peppa, pensó para sí y se acercó.

—¡Hola, Leo! ¡Estás tan grande! —dijo Magalí abrazándole.

Leo odiaba el contacto físico con persona extrañas desde que su padre se había muerto, pero se quedó allí dejándose abrazar por esa eufórica mujer

—¿Recuerdas a Esme? ¡Solían jugar juntos! —exclamó presentándole a su hija a quien empujó hasta ponerla delante del chico.

Leo no entendió aquello, ¿jugar juntos? ¿Él había estado en ese pueblo antes o ellos en su ciudad? Su madre bajó la vista nerviosa y Leo supo que había más, más mentiras que no sabía y que ya ni le importaba descubrir.

—Hola... —saludó la muchacha con timidez.

Leo la miró, tenía la tez tan blanca que parecía un fantasma, el cabello caoba ondulado y algo largo. La cara era redonda y regordeta, sus mejillas estaban sonrojadas y, a cada lado, un sinfín de pecas se esparcía de forma desordenada. La chica levantó la mano a modo de saludo y esbozó una sonrisa tímida. Sus dientes eran lo único perfecto en ella, pensó Leo, tenía una bellísima dentadura.

Leo no respondió el saludo y la muchacha bajó la vista avergonzada, incómoda. Su madre le arrojó una mirada de reproche, pero el chico la ignoró. De pronto sintió unos brazos enredarse a la altura de sus caderas, bajó la vista y vio a la pequeña niña abrazándolo. Era casi igual a la chica mayor, pero en versión miniatura, sus cachetes redondos y rosados estaban moteados por pecas y su cabello era más rojizo que el de su hermana.

—Me llamo Constanza, pero me puedes decir Coti —dijo la pequeña—. ¿Tú eres Leo de Leonardo o de Leopoldo?

—De Leonardo —respondió. La niña se veía tierna.

—Me agrada, suena como el nombre de un príncipe —añadió—. Aunque... no te ves como uno —dijo separándose y mirándolo de arriba abajo. Leo sonrió.

—Es mejor que aprendas desde pequeña que los príncipes no existen, Coti —informó.

La niña se puso seria y frunció el ceño. Luego miró a su madre.

—Yo creo que sí existen, Coti, solo debes creer —dijo su madre conciliadora.

Claro, como si se tratara de magia o de religión. Leo giró los ojos con exasperación, ¿en serio? ¿Eran esa clase de gente positiva que pensaba que solo bastaba con soñar, desear, creer, luchar? Se mofó para sí mismo.

Ilusos, pensó.

El padre de las chicas le pasó una mano que Leo apretó y le regaló una bienvenida. Luego salieron todos hacia el estacionamiento en busca del carro. Era uno pequeño, donde Leo se preguntó cómo entraban ellos cuatro y donde pretenderían meterlos a ellos dos.

—Esme y Coti irán en colectivo —zanjó Magalí—. No queríamos que ustedes caminaran o se tomaran un taxi, pero en nuestro auto no entramos todos —añadió.

—Pero no se molesten, podemos ir en... —quiso hablar Bea, pero el señor la interrumpió.

—No se diga más, vienen con nosotros y las chicas se regresan en bus —zanjó con cierta autoridad Paolo, por lo que Bea solo aceptó.

—¿Por qué no vas con ellas, Leo? —inquirió Bea cuando metieron todas las maletas al baúl del coche.

—¿Eh? ¿Qué? —preguntó confundido.

—Sí, es buena idea, los jóvenes por un lado y nosotros por el otro —añadió Magalí emocionada.

Y a Leo no le quedó mucho por hacer más que rodar los ojos e intentar que nada le separara de su objetivo.

Un año, solo un año... Paciencia.

—Tranquilo, no vas a morir —dijo Esmeralda sonriendo al notarlo contrariado.

—Tranquilo, no vas a morir —dijo Esmeralda sonriendo al notarlo contrariado

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Ni tan bella ni tan bestia ©Tahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon