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CAPÍTULO TRES
   NUEVA OPORTUNIDAD

Desperté desorientada, todo era confuso

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Desperté desorientada, todo era confuso. Palpé a mi alrededor, sorprendiéndome al encontrar una superficie blanda y suave, me tomó varios segundos percatarme de que estaba en una celda. Todavía me sentía débil, los párpados me pesaban y tenía los músculos entumecidos. Un agudo dolor recorrió mi muslo, me incorporé lentamente dispuesta a evaluar la gravedad de la herida pero unas vendas ya detenían la hemorragia.

De pronto recordé lo que pasó, aunque parecía imposible alguien me escuchó allá afuera. Traté de visualizar su rostro pero lo único que pude ver fueron un par de ojos grandes y azules como el océano.

–¿Min? –una voz desconocida me sacó de mis pensamientos. Miré hacia arriba para hallar a un chico de mi edad con sombrero de sheriff recargado en la puerta; cruzarme con su mirada me provocó un extraño hormigueo en el estómago.

–¿Quién eres? –pregunté desconfiada, llevando una mano a la daga en la funda unida a mi cinturón.

–No necesitas eso, no voy a hacerte daño.

Mi parte racional me advertía que tuviera cuidado, podía ser peligroso, sin embargo había otra parte que quería confiar en él; fue quien me salvó de ser devorada, de morir desangrada en el bosque. Dejé el arma en su lugar y relajé mi postura.

–¿Dónde se supone que estoy?

–En una prisión –me tendió una botella, la tomé con un poco de esfuerzo y bebí un sorbo, disfrutando la sensación de alivio en mi garganta.

–¿Estás solo?

–No.

Su semblante era serio pero se mostraba amable con sus atenciones. Lo entendía, nadie se arriesgaba más de lo necesario tratándose de un desconocido.

–¿Cuánto estuve inconsciente?

–Tres días.

–¿Tres días? –hubo un silencio que aproveché para procesar la nueva información–. Espera, ¿cómo sabes mi nombre?

–Está escrito en tu arco.

Se acercó y contuve el aliento cuando tomó mi mentón con delicadeza, mirándome atentamente. Su cercanía me inquietaba, me hacía sentir algo que no lograba descifrar.

–Estás pálida, necesitas comer y descansar.

Me soltó y salió de la habitación, dejándome sola. Lo seguí con una gran dificultad para caminar, no podía mantener el equilibrio y a cada paso me cansaba más. Él pareció notarlo, pues detuvo sus pasos para mirarme.

–¿Necesitas ayuda?

–Estoy bien –sonreí con una mueca.

No convencido con mi respuesta, colocó mi brazo alrededor de su cuello y pasó una de sus manos por mi cintura.

–No apoyes el pie y recárgate sobre mí.

Hice lo que me indicó. Nos detuvimos en un recibidor proveído de mesas y sillas clavadas en el suelo que tenía además una caseta de vigilancia. Una mujer de cabello corto gris entró cargando una caja llena de suministros.

-Carl, ¿podrías echarme una ma...? -paró al verme-. Vaya, ¿y quién es ella?

Hice ademán de soltarme pero el nombrado sostuvo su agarre, impidiéndome alejarme.

–Es Min, la traje hace unos días y recién despertó.

–Deberías llevarla con Hershel –dijo notando mis condiciones.

–Pensé en conseguirle comida primero.

–Claro, coman. Soy Carol, por cierto.

Hice un asentimiento antes de que se alejara. Carl me guió hacia una de las mesas, su mano finalmente moviéndose de su lugar en mi cintura. Traté de no pensar en el hecho de que me sentí decepcionada por eso. Se fue por unos minutos y regresó con un plato de spaghetti. No sabía lo hambrienta que estaba hasta que probé el primer bocado, era como si hubieran pasado siglos desde la última vez que comí algo decente. Devoré el resto al instante, sintiéndome recuperar las energías.

–¿Cómo te sientes?

–Mucho mejor.

Me llevó a la enfermería, donde un hombre de avanzada edad revisó mi corte con tanto cuidado que ni siquiera sentí sus dedos. Removió el vendaje sucio, limpió el área afectada y colocó una gasa nueva. La flecha abrió un largo tramo de mi piel, tuve suerte de que me encontraran a tiempo. Regresamos al pabellón principal en el que se alojaba el grupo y Carl me mostró una celda disponible en el piso superior.

–¿Por qué me trajiste?

Frunció el ceño, mirándome confundido.

–No me mal interpretes, me salvaste la vida. Es solo que, con todo esto del fin del mundo...

–No iba a dejarte morir.

–Ni siquiera me conoces.

–Lo hago ahora y no me arrepiento.

Alcé la vista para encontrarme con sus ojos claros, él era ligeramente más alto que yo pero aún así tenía que elevar la cabeza para mirarlo.

–Gracias.

–Nos vemos mañana en el desayuno, ¿sí?

Entré en la oscura celda y me tumbé en la cama pensando que, tal vez, era una nueva oportunidad para empezar de nuevo.

Hasta que los Muertos nos Separen ▸ Carl GrimesWhere stories live. Discover now