18

98 8 6
                                    

Se me destrozó el corazón cuando Thomas me rechazó de esa manera. Me lastimaba demasiado que hubiese visto aquello. Quería correr a abrazarlo y pedirle perdón, pero me había dejado en claro que no lo tocara ni me acercara. Se me hizo un nudo en el estómago. Si a mí me dolía esta situación, no quería imaginarme cómo se sentía él.

—Tom, por favor, escúchame —le rogué.

—¿Por qué tuviste que hacerme esto? —me reprochó—. No tienes idea de cuánto daño me has hecho.

Su rostro estaba enrojecido y sus ojos cristalinos debido a las lágrimas que intentaba contener. Di un paso al frente para aproximarme a mi esposo con cautela. Él retrocedió, evadiéndome.

—Perdóname, Tom, te lo ruego —dije entre sollozos.

—Nunca me esperé esto de ti —su rostro ardía en furia y dolor. Apretaba los labios con fuerza al tiempo que me veía como si le hubiera clavado un puñal en la espalda.

—Tom, escucha —interfirió Ian—. Ella no tuvo la culpa, soy el único responsable. Yo la seduje. Bianca se resistió, pero no la tomé en cuenta…

Thomas clavó los ojos en su hermano. Sosteniendo la penetrante mirada de odio, se adentró más hacia el centro de la sala, dando pasos firmes. Con lentitud, se aproximó hasta estar frente a Ian, quien no se movió de su lugar. Irascible, Tom le golpeó el rostro con su puño cerrado. Mi angustia creció. No sabía de qué más sería capaz Thomas.

Pese a que el puñetazo pareció ser muy potente, Ian ni siquiera se tambaleó. Su rostro giró debido al impacto, mas sus pies no se despegaron del suelo. No gritó, no gimió, no se quejó, no abrió la boca ni para decir media palabra. Su actitud era fría e inexpresiva. Advertí que su boca tenía vestigios de sangre y estaba empezando a hinchársele. Me dio la impresión de que pensaba que merecía aquello.

—¡¿Qué esperas para salir de mi casa, maldito?! —gritó Thomas.

Mi cuñado cruzó la puerta abierta luego de arrojarme una última mirada. En cuanto estuvo fuera de nuestra vista, Thomas regresó su mirada hacia mí. Aquellos ojos me aterrorizaron. Percibí su desprecio.

Subió las escaleras que se comunicaban con el segundo piso, donde se hallaban los dormitorios. Cada paso que daba sobre los escalones de madera era tremendamente ruidoso. Corrí detrás de él. Presa del dolor y llanto, no logré decirle nada. Lo vi entrar en nuestra habitación.

—Espero que sean muy felices —dijo iracundo mientras sacaba unas valijas del armario. Comenzó a lanzar toda su ropa en las mismas.

—¿Qué estás haciendo? —cuestioné.

—¿Qué crees? Me voy. Les dejaré el camino libre para que hagan lo que quieran.

—Tom, por favor, perdóname. Te lo suplico —me arrodillé—. Ian no significa nada para mí. Te amo, Thomas, no me dejes.

Si mentir era el último recurso para salvar mi matrimonio, no me importaría hacerlo una vez más.

—Cómo me gustaría creerte. Sin embargo, a mí me dio la impresión de que si no aparecía por esa maldita puerta terminarías revolcándote con él en mi cama.

Sentí mucho terror de su semblante airado. Me contemplaba como si quisiera hacerme daño. Sus ojos lanzaban destellos de fuego.

—Tom, ¿tú me amas?

—Nunca lograré amar a nadie tanto como te amo a ti.

—Si es cierto que me amas, por favor, no me dejes. ¿Qué voy a hacer sin ti?

—¿Sin mí? No parecías necesitarme en absoluto cuando estaba con él.

Respiré de manera agitada.

TÚ, YO Y ÉL (NUEVA VERSIÓN)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora