14

83 8 2
                                    

¿Chace? Era Chace.

No supe a qué tenerle más miedo, si al hecho de que parecía estar muerto o a que estaba junto a un tipo que había intentado propasarse conmigo. Lo único seguro era que estaba muy asustada. Puse una rodilla contra el suelo para apoyarme de ésta, con la finalidad de tomar impulso antes de echar a correr.

Usé las pocas fuerzas que me quedaban para tratar de ponerme de pie. No obstante, cuando estaba a punto de lograrlo, algo tiró de mi brazo, impidiéndome levantarme. Solté un grito ahogado al darme cuenta de que se trataba del hombre que había estado inmóvil a mi lado.

—Ayúdame, por favor. No te haré daño —una voz completamente ronca y quebrada salió de sus labios. Intenté zafarme de su agarre, sin éxito. Estaba demasiado débil para ejercer fuerza alguna—. Te juro que no te haré daño.

No sabía por qué razón había algo que me hacía creer todavía en él. Sin embargo, no iba a seguir siendo la misma tonta que creía en todo el mundo.

—¡Suéltame! No voy a confiar en ti —traté de gritarle, pero de mi boca salió un murmullo roto.

—Perdóname, por favor. Aquella noche en la discoteca estaba muy borracho. No sabía lo que hacía. Nunca quise lastimarte, nunca tuve la intensión de propasarme contigo. Créeme.

Él tampoco parecía tener energías, su voz ronca brotaba a duras penas desde su garganta. Empezó a incorporarse poco a poco, apoyándose del piso con una mano mientras movía la otra hacia su abdomen, donde tenía una herida abierta y sangrante.

—Ay, ay —se quejó del dolor.

En seguida, mi miedo se incrementó. Parecía ser peor que estuviera vivo. Cuando supe que podía moverse, aunque fuese un poco, sentí terror de que me hiciera daño. Además, estaba avergonzadísima por estar en ropa interior frente a este sujeto. Él había traicionado mi confianza; nunca me olvidaría de eso. Ni siquiera quería sentir lástima al verlo tan herido y vulnerable. De igual forma, la sentía, pero seguía dudando de sus palabras.

Todavía sentada en el suelo, empecé a arrastrarme lejos de él para evitar que pudiera volver a tocarme. Esta vez no lloré de pánico, mas tenía ganas de hacerlo. No estaba segura de quién era peligroso y quién no. Cuando intenté pararme, mis piernas me traicionaron. Éstas no me funcionaron correctamente y volví a caer al suelo.

Comprendí que no me quedaban fuerzas para correr, huir o siquiera moverme. Hacía mucho frío y no había probado un bocado de comida en unos dos días, si no me equivoco. Asimismo, a esto se le sumaban los daños físicos que había sufrido.

—En serio, no tienes por qué temerme. Escaparemos juntos de aquí, te lo prometo —me aseguró, aún sentado encima del heno esparcido.

Comenzó a quitarse la camisa. No sabía qué pretendía hacer. Al ver su abdomen desnudo, atisbé aquella espantosa cortadura que tenía en un costado. Parecía una herida de un arma blanca, como un puñal. Me causó escalofríos verla. El miedo y debilidad no me permitían decir una palabra. Lo único que hice fue observarlo con desconfianza e intenciones de escapar.

—Toma —me ofreció su camiseta. La tomé entre mis manos—. Póntela, debes estar congelándote.

Pese a que la tela estaba manchada de sangre, me la coloqué. Era eso o morirme de frío y seguir permitiendo que ese chico me viera prácticamente desnuda.

—Estás muy pálida, tienes los labios casi azules —continuó, extendiendo su mano para colocarla sobre mis labios aparentemente violáceos. Quité su mano de mi cara de inmediato.

—No me toques —musité, casi sin emitir sonido alguno. Todo estaba tan silencioso que incluso sentía que cualquiera podía escuchar mis pensamientos.

TÚ, YO Y ÉL (NUEVA VERSIÓN)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora