Capítulo 1: Lo que el río se lleva

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Llegué a los primeros sanitarios y la cantidad de gente que había me hizo salir otra vez. Tomé la decisión de ir a los que estaban cruzando el puente peatonal, que pasaba por encima del río principal de La Cumbrecita y que dividía el pueblo del resto del universo, junto al estacionamiento. Me detuve en el restaurante un segundo y le avisé a mamá que ya iba hacia allá. Ella todavía estaba esperando el licuado y yo todavía estaba pensando en el fantasma.

Llegué al puente y me di cuenta el río estaba bastante picado. La gente que se bañaba había desaparecido. Un par de segundos después, mientras levantaba la cabeza, reaccionando ante lo que pasaba, una ola gigantesca me derribó.

La crecida repentina me arrastró y supe que estaba jodida. Nunca había visto una crecida tan repentina y tenía muy en claro que pocos sobrevivían. Fue como entrar en una turba marina.

Me golpeé contra algo y todo mi cuerpo estalló en dolor. No sabía si había sido la única arrastrada, pero eso no importaba; apenas podía procesar lo que me sucedía. Me estaba ahogando y no había nada que pudiera hacer. No podía controlar ni siquiera mis propias extremidades.

Choqué contra otra cosa y frené un poco mi trayecto por el agua. La esperanza surgió en mi interior. Si podía parar de tragar agua y moverme para sujetarme, podría salvarme. Estiré un brazo hacia arriba, mientras intentaba ver en dónde estaba y contra qué me había trabado, pero solo veía agua y más agua, que pasaba por encima de mí. Si hubiese podido llorar, lo hubiera hecho. Pensé en mamá, en papá, en mis hermanas y en mi perrita. Deseé que todos estuvieran bien y que Luna dejara de ser tan irritable, que no le hiciera la vida imposible a los demás. Que Lau progresara en su relación con ese chico que la volvía loca y que le fuera bien en su trabajo.

Deseaba que...

Una manó tironeó de mí. Luego tironeó otra, escuché a alguien gritando y entonces llegó el oxigenó. Caí deshecha en el suelo, estaba desmadejada. No podía moverme, me dolía todo. Presionaron mi pecho y entonces me tocaron el cuello. Buscaban mi pulso.

Gemí justo después de que alguien intentara hacerme respiración boca a boca y la presión de esas manos en mi pecho funcionaron. Escupí gran parte del agua que había tragado y empujé a mi salvador, tratando de buscar espacio y algún otro lugar donde escupir el resto que no fuese su cara.

—Daria, pf —murmuró él, cerniéndose sobre mí. Me dio palmadas en la espalda y escupí el resto—. Ya estás bien. Por favor, no intentes pegarme por haber hecho respiración boca a boca. Te juro que era por tu bien.

Me puse boca abajo y seguí tosiendo, ignorando todo lo demás. Estaba viva, ¡no podía creer que estaba viva!

—Eso es, larga todo.

Me di la vuelta y miré al chico, dispuesta a agradecerle, pero me quedé muda. Sus ojos azul claro me miraban aparentemente tranquilos, pero había un pequeño brillo de preocupación.

—Estoy muerta —murmuré, girándome y sentándome. No podía dejar de verlo, no podía dejar de creer que mi mamá había tenido razón y estaba loca... o ese chico más bien había estado jodiéndome en la casa vieja... O estaba muerta al igual que él.

—No, estás viva —me dijo el muchacho—. Gracias a mí, eh, pero no hace falta que me des las gracias. Bueno, listo, ahora de vuelta a la formalidad. Sí me acuerdo bien que dijo que no la tocara ni con un palo, eh. Pero estoy seguro de que esto es una excepción.

Se puso de pie y yo lo miré como una boba. Ya no me dolía tanto el cuerpo, pero no podía moverme, estaba pasmada. Él arqueó las cejas en mi dirección y trató de sonreírme, con esa sonrisa amable que me había dirigido hacia largos minutos, en la casa abandonada, cuando era un fantasma.

La memoria de DariaNơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ