Y así tuve que soportar durante dos largas horas los piropos descarados, los coqueteos, los silbidos y los roces que la mayoría de babosos se atrevían a dar, mientras yo tan sólo mantenía en la cara la sonrisa más falsa que jamás había puesto.

Mihua había desaparecido entre la multitud hacía tiempo y mi hermano no se había dignado a venir a verme ni un sola vez; no obstante, logré verlo junto a Namjoon y un par de chicas bailando torpemente en la pista de baile. Negué con la cabeza, molesta. Se suponía que debería estar pendiente de su hermanita pequeña, no actuando como si no me conociese. 

Un codazo en el costado me distrajo, por lo que giré la mirada confusa hasta el Jungkook alegre a mi lado. Sus ojos estaban clavados en un punto fijo y señalaba un lugar de la barra.

Hee Young, aquella chica que una vez conocí en la clase de gimnasia estaba ahí arriba, bailando de forma provocativa frente a los cientos de personas y ocupando el lugar que debería ser mío; todos disfrutando de las vistas.
Y lo entendía, la chica tenía demasiado buen cuerpo como para pasar desapercibido. Su peinado estaba algo destrozado y tenía el maquillaje corrido, pero eso no impedía que dejase de verse bien. 

Una mano apareció en mi cabeza revolviéndome el cabello y fue cuando me dí cuenta de que había quedado embobada mirándola, causando una gran risa de parte del menor. 

  —Es guapa, ¿verdad? —lo oí decir, mientras apartaba la mirada y me concentraba en una mancha de alcohol que residía en el suelo.

  —Bueno, no está mal, pero...

  —Qué lástima que sea heterosexual. —me interrumpió.

Me encogí de hombros indiferente y le dediqué la sonrisa más falsa que tenía, enseñándole como regalo el dedo corazón. Tras unos segundos, pregunté.

  —¿Y tú, tienes alguna chica o algo? —me atreví a preguntar, manteniéndonos la mirada de forma desafiante.

 —No.

  —¿Estás sólo? 

  —Sí...

 —Pues acostúmbrate.

Antes de que pudiera reaccionar, dejé el trapo que sostenía en una mano y caminé  fuera de la barra, ahogándome por el cúmulo de gente amontonada. Necesitaba ir al baño, despejarme. Aún se me hacía abrumador la cantidad de personas que se encontraban en el edificio; todo aquél rollo de las fiestas sólo le gustaba a SeokJin, pero temía que jamás fuese conmigo. Por más tiempo que pasase, me sentí incapaz de acostumbrarme.
Me adentré en un pequeño pasillo apenas alumbrado con varias puertas a cada lado, pero pronto logré distinguir el pequeño icono que indicaba los aseos al fondo del todo, de color neón azulado.

"Llama a la puerta antes de entrar a un lugar", decían. Sí, eso debí hacer antes de abrir la puerta sin siquiera preguntar antes.

Una gran espalda fuerte y desnuda apareció frente a mí, con un par de manos aferrándose a esta mientras las caderas de aquél hombre se movían rápidamente. Sus nalgas estaban descubiertas gracias al pantalón bajado por sus muslos, viéndose bien formadas y musculosas. Los gritos de la chica sonaban muy agitados y agudos, él tan sólo jadeaba entrecortado. 

Me quedé estática por unos segundos, con los ojos plasmados en la chica pelirroja que ahora me observaba por encima del hombro del trillizo boxeador, sin molestarse en abandonar los sonidos de placer. Una sonrisa ladina surcó sus labios, los cuales abrió para morder la piel del contrario. El chico no pareció notar una tercera presencia hasta pasados unos segundos, pero me apresuré a cerrar la puerta de un portazo antes de que pudiera girarse y averiguar de quién se trataba.

¿Tan difícil era poner el cerrojo, Park Jimin?

Sin otra opción, me adentré en el baño contiguo que era de hombres aún con la mueca de repugnancia plasmada y me lavé la cara, como si aquello pudiera borrar esa asquerosa imagen de la cabeza.

Y supe que tenía toda la mala suerte del mundo contra mí cuando, al salir, me encontré con el cuerpo del trillizo abandonando el cuarto de baño donde minutos antes disfrutaba de sus experiencias sexuales, dejando a la chica en el interior para darle un poco de intimidad al vestirse. No sabía si burlarme de la erección que seguía adornando sus pantalones o vomitarle en la cara por hacerme ver aquello.

  —¿Te han enseñado a preguntar antes de entrar? —escupió en un tono enrabietado.

  —¿Te han enseñado a poner el pestillo? No ha sido agradable verte realizando el coito como si fueras un animal.

 —Estoy cachondo, ¿qué quieres que haga? Me iban a explotar los huevos si no hacía algo.

  —¿Vives excitado o qué? ¿Es necesario para ti hacerlo las veinticuatro horas del día? —me burlé, frunciendo el ceño.

  —No, estaba tratando de drogarme con una pastilla pero era una viagra y ahora mi polla está siendo una piedra durante seis horas. 

No pude evitar reír, era imposible no hacerlo. Aunque me opusiera totalmente a las drogas o cualquier cosa que tuviera que ver con ellas, me pareció graciosa la manera en la que el trillizo lo hizo sonar totalmente casual. Tenía el botón y la cremallera abiertos para disminuir la presión al igual que el cinturón, dejando ver a la perfección aquél bulto duro y firme bajo los boxers. Su expresión era todavía más divertida, con las cejas arqueadas y los labios en un puchero casi invisible. Parecía un niño al que no le cumplían un capricho.

  —Suerte con eso. 



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