Nunca deben faltar

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Delia, la muñeca rubia, tendió una mano a Amely, mirándola sonriente y parpadeando sin cesar

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Delia, la muñeca rubia, tendió una mano a Amely, mirándola sonriente y parpadeando sin cesar. Amely se sintió acorralada contra el cabecero de la cama, le temblaba el labio inferior y no lograba controlar el palpitar errático de su corazón.

Aquello se salía de los parámetros de cualquier circunstancia normal. Una tras otra, las muñecas empezaron a sonreír, una de ellas no separó los labios, como si fuera incapaz de hacerlo, no mostró los dientes igual que las demás. Hileras blancas, relucientes y rectas.

  «Perfección»  susurró una vocecilla junto a su oído. 

Delia miró la mano de Amely, esperando que ella la tomara.

No fue así.

La muñeca rubia dejó escapar un gruñido enfadado y atrajo a Amely de un tirón. 

— Las muñecas deben llevar pendientes   — dicho eso, una aguja más gruesa de los normal apareció entre sus dedos. Sin pensárselo dos veces, atravesó la tierna carne de la oreja de Amely, pasando por alto el grito que soltó la susodicha. 

La madre de Amely jamás le había hecho hacer las perforaciones en los oídos, siempre había oído de sus amigas que a ellas se las habían hecho de pequeñas, les era imposible recordar si quiera. Y aún  así, pensó Amely, no era un dolor insoportable ni agobiante, un pinchazo repentino. Ni siquiera se habían molestado en enfriar la zona con hielo, como en aquella película Juego de Gemelas. 

  — ¡SUÉLTAME! —   gritó Amely fuera de sí, se preguntaba porque su madre y su hermano no se habían enterado de que alguien había entrado en la casa y se la había llevado, además ellos tenían un sistema de seguridad instalado. 

Esas chicas debían estar locas de atar, seguramente habían escapado de algún psiquiátrico, con aquella apariencia sería difícil que pasaran desapercibidas. Amely se retorcía pidiendo clemencia, rogando a gritos que la liberaran y la dejaran en paz ¡¿Quién sabe de que más serían capaces?! Perforarle las orejas era algo mínimo en comparación con lo que podrían llegar a hacerle. 

Sin demora, otras muñecas ayudaron a Delia a sostener a la joven humana. 

  — Callada, sin rechistar, una muñeca aprenderá a ser perfecta sin preguntar — recitó Delia y rompió la piel de la otra oreja, atravesándola con la aguja: la punta se hundió en la carne, deslizándose y abriéndose paso hasta salir del otro lado. 

  — ¡Estos son perfectos para ella! — exclamó la pelirroja, de grandes ojos grises, al igual que las demás tenía enormes pestañas y desprendía una peculiar belleza. Llevaba en sus manos una caja de terciopelo abierta, como cuando se enseña una sortija de compromiso, solo que está contenía un par de zarcillos. 

—  ¡Se verá maravillosa! — añadió otra.

  — ¡El color púrpura le va perfecto! 

— Dénmelos  — Delia los deslizó en las orejas recién perforadas de la joven, a pesar de las continuas protesta de Amely.

Al parecer, en ese lugar, no tenía ni voz ni voto.

Al parecer, en ese lugar, no tenía ni voz ni voto

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La Casa de las MuñecasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora