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Los colegios están cada vez más vacíos desde que apareció la enfermedad. Basta con que roces a alguien infectado para contagiarte y son pocos los que se arriesgan a tocar a su pareja, mucho menos a tener un hijo, aunque supuestamente estén enamorados. Supongo que mis padres fueron muy valientes porque tuvieron a otra hija, mi hermana, después de que empezase la enfermedad. Creo que les dieron un premio por eso.

Las cosas han cambiado mucho. Cuando yo era pequeña, cuando todavía no había aparecido esta "gran amenaza", veías a las parejas de la mano por la calle, sentías las caricias de tu madre, gestos de amor. Ahora demostrarlo es un poco más complicado a no ser que quieras arriesgarte a ser infectado.

Se sabe que la enfermedad se contagia por el tacto pero todavía no han descubierto cómo funciona y mucho menos cómo pararla o evitarla. Así que nadie se toca. Aún así sigue habiendo infectados, gente que se ha rozado por la calle con otra y ha tenido mala suerte. Según esta teoría, tendría que haber alguien que vaya contagiando al resto o peor, que la enfermedad se contagie de otra manera y que todos estemos expuestos, sin forma de evitarlo.

Es mortal. Empieza con un dolor de cabeza, dado que es donde se instala el virus. Luego los dolores cesan y puedes estar unas semanas sin signo alguno de la enfermedad. Y eso es como la calma antes de la tempestad y ya no hay vuelta atrás: estás muerto. Con los dolores de cabeza tienes la esperanza de que sea algo puntual pero después ya no te queda nada. Todos sabemos lo que es.

Cuando nacen los bebés se quedan en el hospital hasta que cumplen los cinco o seis años y, entonces, los mandan a casa. Como mi hermana nació en esta etapa de nuestra ciudad, estuvo allí, sola, sin padres, durante sus primeros años de vida. Supongo que fue duro para mis padres. Para mí no porque realmente no la conocía, nunca toqué la tripa de mi madre para sentir sus patadas ni nada parecido; eso hubiese sido muy arriesgado y yo no quería que mi madre muriese. Así que mi madre era la única a la que se le oía llorar de vez en cuando por las noches. Y mi padre, en otra habitación, no podía ir a ayudarla; yo no podía ir a dormir a su lado. No podíamos abrazarla para darle fuerzas. Hubiese sido un peligro innecesario. 

Un futuro oscuroWo Geschichten leben. Entdecke jetzt