Maldición eterna

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¿Quién está leyendo esta historia por primera vez? ¿Quién releyendo? Holi ahre ♥

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(Actualidad)

Tristán bebía té. Era algo que le gustaba hacer de vez en cuando, no porque le gustase el sabor, sino porque era caliente y lo prefería antes que el café. Además, no quedaban más sopas instantáneas.

Así que el té era un buen sustituto ante la necesidad de algo caliente bajando en su garganta.

Estaba parado delante de la encimera de la cocina mirando la cantidad de píldoras que le quedaban. Cuatro.

Cuatro píldoras.

Necesitaba más, así como necesitaba más sopa instantánea o trozos de carne seca. Sus provisiones estaban escaseando.

Él podía salir a comprarlas... si tan solo tuviera acceso a las cuentas bancarias. Estaba seguro que su madre le había hecho un poder de acceso a una de sus primas, pero ella solo se dedicó a gastar dinero, Tristán nunca supo nada de ella.

Así que solo debía esperar. Miró el almanaque, preguntándose por qué había dejado marcar los días que pasaban el mes anterior. Si tan solo supiera que día era hoy...

Tomó otro sorbo de té junto a su pastilla de la hora, la mayor parte del tiempo quería sentirse bien, ser normal.

Claro, había otros momentos en los que no era así.

Pero como era uno de esos buenos momentos, en los que recordaba esa vida que había podido saborear por algunos años, no se sobresaltó al oír el timbre; ni tampoco comenzó a pensar en que venían a por él. Solo deseó que fueran provisiones.

Al abrir la puerta se encontró con el amable rostro de un hombre.

Había cambiado con los años, al igual que Tristán, había perdido y recuperado el brillo de sus ojos, Tristán lo notó, pero no se atrevió a preguntar al respecto.

Tristán sonrió casi con resignación mientras saludaba:

—Buenos días, Robert. ¿Quieres pasar?

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1999

Tristán al fin le había contado a Sheila lo de Staphina. A efectos prácticos le había dicho: "Ella se fue cuando tu llegaste".

Claro que la practicante debió pedirle una explicación más amplia, que Tristán se negó a dar hasta la siguiente sesión, o visita, mejor dicho, ya que ella no era estrictamente su psicóloga.

Aunque tampoco habían hablado ese día, él no estaba en la labor y solo podía jugar con su auto nuevo.

Su nuevo psicólogo apestaba tanto que Tristán ni siquiera pensaba en él. Decir que debía ejercer psicología en la Edad Media era quedarse corto (y Tristán sabía que la psicología como tal no existía en esa época). Solo deseaba que acabara como los anteriores: muerto o misteriosamente desaparecido.

Ese día había sido bueno para Tristán, había llegado a la conclusión que la gente del manicomio no era tan mala como pensó en un principio (sin contar a los enfermeros), incluso llegó a hacerse compinche de una auxiliar de servicio.

Así que, esperaba con calma a que Sheila llegara en la hora de visita.

Esta vez hablarían, le contaría sus inquietudes respecto a Staph, después de todo, ella también era casi una psicóloga.

Pero Sheila no llegó. Y Tristán no se atrevió a preguntar por ella, solo esperó hasta la hora de la cena, no comió y siguió esperando. Un enfermero debió llevarlo a su cuarto, el enfermero debía pensar que estaba fuera de ambiente porque se detuvo a comentar algo con la auxiliar de servicio favorita de Tristán.

—Hoy me dijo que alguien vendría a verlo —dijo ella.

—¿La estudiante? El doctor Zapata me dijo que no la dejara entrar cuando viniera, pero ni siquiera se presentó —le respondió el enfermero.

—Pobresito —agregó la mujer.

Tristán permaneció con la vista al frente, odiaba que hablaran de él como si no estuviera en el lugar, pero era muy útil. Llegó a su habitación y, luego de tomar la medicación y que el enfermero se retirara, comenzó a dar vueltas. Caminaba de aquí para allá.

Miraba al suelo y al techo, le estaba pidiendo a Dios y al Demonio que no aceptaran a Sheila allí abajo, que su maldición no la alcance a ella.

Les estaba pidiendo un milagro imposible.

Sheila no volvería.

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1982

—Es que, en serio, no llego a comprender como mi madre lo dejó entrar. Me fui a dormir ayer y estaba todo bien, mamá estaba decidida a buscar un trabajo y yo quería ayudar a unos vecinos con su pequeño mercado, para ganar dinero extra. Todo iba bien. Al despertar no había música. Supe que algo iba mal porque desde que mi padre se fue siempre hubo música, pero esta mañana no. A papá no le gusta la música, o el ruido en general. Así que fui a la cocina con un nudo en la garganta.

»Él estaba sentado en la mesa de la cocina, en su silla de siempre y mamá preparaba el desayuno. Me saludaron sonriendo al verme y cuando mi padre preguntó: "¿No me has extrañado?"... Salí corriendo, Tristán. En pijama y todo. La llave estaba en la puerta, sino no hubiera podido llegar lejos. Fui directo a casa de Leticcia y ella me ayudó, no pude evitarlo, debí salir esta noche. No soporto volver a casa, solo quiero olvidarme de todo... como si los últimos 10 años no hubieran ocurrido.

»¿Sabes que es lo peor? Que él era un buen padre, y un esposo amoroso. Todo se fue al carajo de a poco, y no pude detenerlo, ¿qué iba a hacer una niña contra algo así? Incluso consideré irme de casa, pero no puedo hacerle eso a mamá.

Tristán miraba a Staphina y asentía ante sus palabras, había dejado de llorar y solo expresaba rabia en su voz.

—¿Tan mala fui? ¿Tan poco valgo? ¿Tan mal me porté en la otra vida? ¿Por qué debo pagar por sus pecado? Estoy cansada, Tristán. No sabes cuanto, nadie puede saber cuanto.

—No puedo entender por lo que estás pasando, lo siento. Solo quienes viven algo similar pueden. Solo puedo ofrecerte mi sincero apoyo y mi amistad, Staphina. Te diría que puedes venir a casa, pero sería una mentira, mi familia no es exactamente sociable, diría que lo contrario —dijo él. Tenía las manos de Staph entra las suyas, intentando calentarlas.

Ella se rió ante las palabras del chico y se puso de pie, llevándolo consigo.

—Vamos, Tristán, he llorado mucho este día, te enseñaré como divertirte. Y no te preocupes, no más drogas ni alcohol, que estoy con un niño —dijo ella secando la última lágrima y guiñándole el ojo.

—En realidad, técnicamente soy un adolescente. Y tú también.

—Ay, Tristán, eres como un adulto pequeño en realidad.

Apretó las manos del chico y se lanzó a sus brazos, abrazándolo y entregando en ese abrazo todo el agradecimiento que no sabía expresar con palabras, pero Tristán entendió.

Emprendieron camino conversando y entonces él recordó algo:

—Mis padres saben que me escapé, no eres la única que no quiere volver a casa esta noche.

—Entonces no lo haremos, debemos preparar nuestra estrategia de huida.

Tristán rió, mas no Staphina.

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Me hago lío con las dedicaciones, pidan aquí otra vez si no les dediqué nunca nada. Y si ven que ya son más de 30 comentarios aquí paren plis, sino me hago lío de nuevo y no podré seguir dedicando. Los amo mil!!

Tristán //Enfermiza obsesión Onde as histórias ganham vida. Descobre agora