Los amantes y el espejo. Diario de Nick

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La tarde comenzó fría, gris y aburrida.

-Adrien ya lleva 8 meses saliendo con esa chica- dijo una voz que sonaba a kilómetros de mi. Pero no era así. La voz de Nina sonaba justo a mi lado ya que parloteaba con Samanta, sus uñas color malva se movían de un lado a otro en gestos que reforzaban lo disgustada que estaba. Nina, mi novia, la que nunca paraba de hablar, me obligaba a ser mucho más sociable de lo que yo realmente era.

Mientras que Nina cotilleaba sobre la vida amorosa del mariscal de Marianatos, yo tenía mi mirada en otra pareja. Un estallido de risas invadió el local y yo sonreí vagamente, para indicar que comprendía todo el asunto y que compartía el sentimiento de mi grupo, aunque mis ojos estaban fijos en el muchacho alto y fornido de cabello corto y rubio que no apartaba la mirada de su café. Seguramente estaba intercambiando mensajes.

Ellos no se miraban directamente el uno al otro, se conformaban con los mensajes en clave, cualquier otra actitud habría sido sospechosa. Con una sonrisa mostrándose en mi exterior, mi cólera interna aumentaba a cada segundo y en respuesta a mi estado de ánimo, mi amuleto vibraba ligeramente en mi pecho.

El asunto requería ser finiquitado lo más pronto posible, sin dejar rastros, según las órdenes que me llegaron desde arriba.
Me estiré un poco para relajar los músculos de mi espalda y para relajarme, tomé un trago de té, el día no dejaba de amenazar con lluvia, el firmamento se mostraba de color plomo.

El brazo de Nina parecía envolver al mío como una boa constrictora, sus uñas cambiaban de color cada 12 segundos y el malva desapareció dando paso a un color amarillo que resaltaba mucho más en su piel color chocolate, su cabello estaba arreglado en un perfecto afro, tan redondo como una aureola. Vanidosa y tediosa, sin nada que ofrecerle al mundo, mostraba en ese instante su sonrisa más aduladora. Siempre se comportaba de la misma manera frente a Samanta Luna, toda sonrisa, toda cuchicheo, pero era parte de lo que hacíamos, nos gustase o no.

Desde nuestro puesto preferencial teníamos una vista perfecta de toda la cafetería, incluyendo la parte de arriba de la misma. El sitio era grande, compuesto por pilares de madera azul con delicadas hojas y flores talladas que se movían cuando el viento soplaba y desprendían un olor a canela que acentuaban las ganas de tomar alguna bebida caliente, los colores de la cafetería eran de un aguamarina claro y aún así resultaba un sitio acogedor; y particularmente en ese momento del año, donde el cielo era color gris y muy en la mañana se formaba una débil neblina que cubría parte del paisaje, el lugar se encontraba atestado de gente.

-El mariscal de Marianatos, saliendo con Thelma Albireo ¡Qué desperdicio! Un tipo tan guapo como él, ¿Cómo fijó sus ojos en esa vaca gorda?- añadió mi prometida escandalizada. El chico, en la otra mesa se levantó, pago su cuenta y se fue. La joven rubia en el piso de arriba hizo lo mismo dos minutos después, por lo visto el intercambio secreto de mensajes había culminado. Sin muchas ganas volví a prestar atención a la conversación del grupo.

-Se conocieron por medio de un amigo en común, un Knox creo yo- apuntó Sasha Luna mirando a su prima en busca de aprobación. Samanta no se molestó en siquiera devolver la mirada.

-No, fue por medio de Edgar Van der Laan- dijo finalmente mi prometida, aprovechando la oportunidad de oro para corregir el error y quedar bien ante las demás. Decidí aguantar aquella estúpida conversación por al menos unos 5 minutos, miré el reloj con frustración, ¿Cuánto tiempo iban a invertir en aquella perorata sin sentido? Porque efectivamente prefería irme, tenía mucho por planear y en definitiva no tenía tiempo para husmear en la vida de otros, menos que menos en la vida de alguien a quien detestaba. Cuando Sasha se propuso hacer un análisis sobre el noviazgo de aquella pareja, decidí que no iba a soportarlo por más tiempo.

La Séptima Llave: El Guardián Perdido.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora