Prefacio.La Novia. Año 1984, 23 años atrás

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El aire golpeó sus pulmones de forma violenta y dolorosa. Comenzó a toser compulsivamente, escupiendo el agua.

Recordaba haberse dejado caer, suave e ingrávida, sin el menor ruido, sin la menor queja, murió antes de que su cuerpo tocase el agua, como suele pasar cuando se desciende tan rápidamente desde tanta altura.
Lo último que pasó por su mente fue haberse imaginado a sí misma cayendo como un ángel cae del cielo, vestida de blanco, aceptando la perdición sin ningún arrepentimiento, como un cuerpo celeste caído en desgracia, estrellándose frágil contra las rocas, rompiéndose en muchos pedacitos para luego ser devorada por las profundas aguas del río.
Mas su cuerpo volvió a negarse a los designios de su alma y sus ojos se abrieron en medio de la noche y los ruidos de la jungla volvieron a sonar. Se descubrió a sí misma en el fango, aún húmeda, con el agua rojiza choreando de sus cabellos negros y con el vestido blanco estampado de hojas y ramitas. ¡Su vestido! Su precioso y hermoso vestido que tardó tanto tiempo en confeccionar estaba manchado de un ligero color rosa, roto en varias partes a causa de sus propias fracturas y de las piedras del río. Aquello le dolió tanto como su fracaso, romper el vestido era rasgar las horas de felicidad que había pasado diseñándolo.
-¡No!- exclamó decepcionada. ¡Había fallado y arruinado su vestido en el proceso! Se había prometido a sí misma que sus intentos no dañarían la prenda, por eso no había usado fuego para finiquitar su vida. Aunque en vista del evidente fracaso, tendría que reconsiderar el fuego.... Llena de rabia y pesadez, desechó la idea casi de inmediato, imaginar su vestido de novia hecho virutas de carbón la contrariaba de sobremanera.

La ira y el frío nocturno la envolvían como un manto helado y lóbrego que hacía que su piel temblase ligeramente.
La corriente del río sonaba en sus oídos burlándose de ella, se sentía como una tonta, como si hubiese descubierto alguna mentira obvia, ¿Cómo pudo pensar que la magia del río, de sus aguas color sangre, la librarían de su dolor?

¡El viejo mito del río eran patrañas! ¡El agua no tenía un poder especial! Eran exageraciones hechas por los viejos ignorantes del pueblo para atraer a turistas ingenuos.
Sacudió la cabeza para que la cólera y la decepción no se apoderaran de ella, en cambio miró expectante su delicado vestido y con dedos vacilantes tocó la tela, examinándose, evaluando que tanto daño había sufrido su traje blanco y en donde tendría que repararlo. Apretó los puños al darse cuenta de que no podía verse por completo, así que con una carga nueva de frustración, tuvo que desistir de buscar roturas, pero al menos podía sentir sus costillas volviendo al sitio al que pertenecían y a su propio corazón recuperando fuerzas, latiendo desafiante e irreverente. Estaba viva.
Sus ojos recién retornados de la muerte soltaron un par de lágrimas desoladas. Se detestaba, su propio cuerpo la traicionaba con la misma obstinación con la cual ella estaba determinada a acabar con él.
Una vez más, se sintió increíblemente sola.
¿Por qué? ¿Por qué no podía morir? ¿Por qué no podía simplemente dejar el mundo que la había tratado tan mal? Deseaba estar con Louis, con su madre, con el hermano cuyo rostro aún recordaba.
Cerró los ojos, intentando imaginarse a sí misma bajo tierra, con sus labios ennegrecidos y su piel tornándose de un gris verdoso que contrastase perfectamente con la espesa melena negra, muerta al fin, descansando junto a su prometido, teniendo de una vez por todas, la paz sempiterna que anhelaba desde que su mundo se había desmoronado.
Abrió los ojos sintiendo el peso de una mirada y notó que no tenía compañía. Intentó ponerse de pie, pero al observar su pierna derecha vio que el hueso roto que le desgarraba la piel apenas comenzaba a retroceder y la carne flagelada a su alrededor volvía a sanar con lentitud. Consciente de que aún no podía levantarse, se frotó los párpados hasta que distinguió una silueta masculina alta y alargada yaciendo de pie a unos pocos metros de ella.
No sintió miedo, le daba igual si alguien deseaba hacerle daño: Nadie podía herirla más de lo que ya estaba.
Lo que no quería es que vieran sus poderes, se le hacía insoportable la mirada horrorizada de quien presenciaba como ella volvía a recomponerse, a estar intacta, la llenaba de una vergüenza inconmesurable de no poder sufrir como el resto.
-¿Quién eres tú?-preguntó, la garganta le escocía a causa de la tos y de vomitar agua.
La presencia del extraño la hacía sentirse dividida entre la contrariedad y la cautela, ¿Cuáles serían sus intenciones? ¿Se trataba quizás de algún pueblerino curioso? De imaginarse que era alguien del pueblo apretó los dientes, pues la gente del pueblo ya no hablaba con ella, le daban la espalda por odio y por miedo, y en respuesta ella hizo lo mismo, escudándose en su orgullo para poder sobrevivir mientras lograba su cometido, así que la presencia la llenó más de rabia que de temor. ¿Qué intentaba hacer? ¿Pretendía burlarse de ella, de sus poderes?
Nada bueno podía venir de la maldita jungla.
-Soy un testigo- musitó con tranquilidad su interlocutor. Salió de las sombras y ella pudo ver su rostro moreno y atractivo, marcado por una mirada taciturna y distante, hizo el intento de detallarlo pese a que la luz era débil y luego de unos minutos decidió que no se veía peligroso. La novia se revolvió ligeramente entre el fango endeble, deseando pensar con claridad, por un segundo se sintió incómoda ante el giro de los eventos y tuvo la sensación que ese chico tan joven como ella, podía verla por dentro: Sus músculos, sus venas, sus huesos, intestinos, su alma, que ella entera quedaba expuesta ante los ojos oscuros como el fondo de una fosa.
Por alguna razón asumió que él le preguntaría si deseaba ir al hospital o recibir ayuda pero en cambio dijo- ¿No eres muy joven para casarte? Tienes 17 años-
-Mi prometido murió...-quiso explicar ella y justo cuando las palabras salieron de su boca se dio cuenta que no sabía por qué sentía la particular necesidad de justificarse, se sentía similar a cuando era niña y su madre la confrontaba por alguna travesura. Volvió a observarlo con detalle, intentando descifrar algunas cosas sobre su inesperado acompañante. Sin mucho esfuerzo, llegó a la rápida conclusión de que él no podía ser del pueblo, ella lo habría visto anteriormente.
-En un ataque, lo sé- la interrumpió sentándose cerca, contemplándola sin fijarse en ningún rasgo específico de su rostro. El río sonaba tan cerca de ellos, que el murmullo hipnótico del agua era lo que llenaba el silencio. La novia se dio cuenta que no se encontraba precisamente en la orilla, lo cual la hizo llegar a la conclusión de que él tuvo que haberla sacado del agua ¿Por qué? ¿Había deseado salvarla? ¿Ignoraba que ella deseaba morir?- Tu también estabas ahí, en el ataque- añadió el extraño, haciéndola sobresaltarse por lo segura que sonó la afirmación, inmediatamente eso la hizo querer defenderse, aunque su tono no era acusador como lo había sido el de los pueblerinos.
-¡Yo sobreviví!-espetó mortificada.
-No, tú volviste de la muerte, tal y como lo estás haciendo ahora-rectificó él con un sosiego que parecía impulsado por una tristeza incierta.
-¿Cómo lo sabes?- inquirió ella con precaución. Solo los campesinos del pueblo conocían los hechos y él tenía que ser de alguna ciudad. Una gran ciudad, porque su vestimenta, su actitud, nada en él encajaba con la mentalidad cerrada y recalcitrante de quienes habitaban la región.
-No puedo evitar saberlo- respondió casi con arrepentimiento. De alguna manera ella sintió que él se estaba disculpando por algo que quedaba entredicho en sus palabras-También sé que este es tu doceavo intento de suicidio-
-¿Los has visto todos?-preguntó conmocionada. En respuesta él asintió adolorido, como a punto de echarse a llorar.
-¿Por qué?- la pregunta le salió escurridiza. Notó que sus labios sabían a sangre, a tierra y a madera húmeda, los sabores del río. No comprendía por qué un chico cómo él conocía tanto de una campesina despreciada por los suyos como ella.
-Te he visto desde siempre- explicó, como si fuese algo natural- Pensé que si ibas a morir, merecías hacerlo con alguien que te hubiese acompañado toda tu vida aunque tú no lo supieras. Sabía que ninguna de tus muertes duraría lo suficiente, mas no deseaba que estuvieses sola mientras agonizabas- hizo una pausa como esperando una respuesta, pero ella se mantenía pasmada ante sus palabras, sin saber que decir, el corazón le latió aún más rápido y las manos le temblaron con nerviosismo- Sé que tu madre murió, al igual que tu hermano y tu prometido. ¿Es por eso que estás tan desesperada por hacer que esto funcione?- continuó, señalándola, se refería al vestido de novia que traía puesto. Ella sabía que la decisión de intentar suicidarse con el que sería su futuro vestido de novia era dramática y teatral, pero su madre y ella tardaron años en confeccionarlo, soñando con el día en el que finalmente ella pudiese usarlo; era su objeto más precioso, la ropa más bonita que tenía.
El recuerdo del apoyo de su madre, de las risas mientras ambas cosían; le dolió profundamente... Alzó el rostro hacia el cielo y vio las lianas colgando de los árboles, se acordó abruptamente de su intento de ahorcarse y de la frustración, deseó arrancarse el rostro por el hecho de estar consciente de que nunca tendría la oportunidad de replicar lo que había vivido junto a ella.
-¡No muero por ellos!- bramó belicosa y el silencio de la selva pareció estremecerse con su exclamación- ¡Muero por mí!- se llevó las manos al vientre infecundo sobrecogida por la vergüenza repentina, quería abrirse el vientre y rasgarse el útero vacío e infecundo-Estoy seca por dentro, no puedo tener hijos, no puedo engendrar. Es mi único sueño, lo único que quiero de verdad-rompió a llorar amarga e inconsolablemente-Sentir vida dentro de mí, recuperar la familia que he perdido...-gimió, intentando tomar el aire que le faltaba-Amar como me amó mi madre...-
-¿No deseas adoptar?-sugirió él débilmente.
-Si sabes quién soy, tienes en claro que me negarán ese derecho- musitó ofendida, como si de cierta forma fuese culpa suya, en respuesta él bajó la mirada avergonzado. Lo sabía, el pueblo entero lo sabía. Los brujos como ella, los que tenían poderes incontrolables no podían adoptar, la ley lo prohibía- Solo me queda morir y tampoco puedo-chilló desolada.
-Tal vez yo pueda ayudarte con eso-repuso él con ciertas reservas. Su mente parecía estar maquinando muchas cosas al mismo tiempo. Él lucía triste, muy triste. Lo cual hacía ver mucho más joven de lo que debía ser.
-¿Quién te crees tú para ofrecer cumplir mis deseos?- espetó. Estuvo a punto de gritarle cuando recordó un viejo mito, un cuento de terror que susurraban las abuelas: Solían decir que el Dios del río se aparecía de noche por la orilla, para buscar jóvenes hermosas y ahogarlas como había ahogado a su propia esposa... De la impresión, la novia tragó saliva. No, no podía ser. Era una leyenda absurda y ella le dio la espalda a los dioses desde la muerte de su hermano. Y sin embargo, cosas extrañas sucedían constantemente en la jungla, ¿Qué tan improbable era en verdad? Si ella podía regresar constantemente de la muerte, bien podría un dios castigar a las jóvenes por desobedecer a sus nanas- ¿Eres el dios del río?- preguntó con voz vacilante y débil. Se sintió estúpida de solo preguntar.
-Los dioses no son tan solitarios como yo- respondió con melancolía- Pero sí poseo los poderes que pueden hacer de tu estado algo permanente-
-Hazlo-suplicó. No le quedaba más. Sino podía por sí sola, no tenía otra opción que rogarle a un extraño que la destruyera.
-No, no ahora-respondió él horrorizado- En estos momentos te necesito. A ti y magia de la vida que posees-
-¡Entonces no me sirves de nada!-gritó embravecida-¡Lárgate!- tomó un puñado de lodo y se lo arrojó, fallando miserablemente.
-Quizás si te ofrezco algo más- propuso él intentando ser conciliador. Por un momento le pareció un muchachito anhelante- ¿Y si te diera la oportunidad de amar a alguien incondicionalmente como lo haría una madre?-
-¿Robarás un niño para mí?- preguntó insegura. Lo había considerado antes y no sabía si la idea le gustaba o no. ¿Podía vivir con eso? ¿Con robarse el hijo de alguien más? Le asustaba pensar que sí, mas ella era una pueblerina, no sabía nada de robar.
-No exactamente- respondió él de nuevo con ese tono de voz que parecía pedir su perdón sin expresarlo de una forma directa-Aún no ha nacido. Pero puedes verlo y sentirlo como si ya existiera. Lo sentirás de forma tan intensa, que irremediablemente tendrás la sensación de que es tuyo-
-¿Cómo?-inquirió ella, ya no tenía ninguna esperanza pero le quedaba curiosidad.
-Te mostraré lo que está dentro de mi mente- explicó él con pasividad, como si ella fuese algún animal herido al que él intentaba acercarse con precaución- Puedo hacerte ver lo que pasó, lo que está pasando y lo que pasará. Y no solo podrás verlo, sino además, sentirlo como si lo estuvieses viviendo en carne propia-
-Eso no es posible-objetó ella negando con la cabeza- Lo que dices no puede ser verdad, los videntes no muestran sus visiones de la manera en como lo describes- ella negó con la cabeza, acompañando sus palabras incrédulas.
-No soy un vidente-aclaró con voz calmada.
-Por lo tanto eres un mentiroso- acusó ella señalándolo con el dedo y lanzándole una mirada furibunda y llena de resentimiento-No hay evidencia de que exista o haya existido alguien con tal poder en este mundo-
-Tienes razón- concedió él asintiendo con la misma parsimonia lánguida que había mantenido durante toda su conversación- No existe nadie como yo en este mundo- dijo poniéndose de pie y extendiendo su mano hacia ella. El hueso ya se encontraba bajo la carne y la piel rota minutos atrás, la herida se había cerrado por completo y su pierna reposaba blanca, intacta y esbelta como antes.
Por alguna razón, supo que él no le mentía. Quizás fueron sus ojos que parecían hablarle con voz propia, una voz distinta a la que salía de sus labios. Era un hombre extraño. No recordaba haber conocido jamás a otro como él.
-¿Qué eres?- preguntó ella, sintiéndose inquieta y vibrante. Sentía que estaba suspendida en medio de un sueño, como un estado entre la hipnosis y la vigilia.
-Soy la muerte-respondió él de forma pausada.
-Si realmente eres la muerte- respondió dejando que el abatimiento se apoderaba de su ser, haciendo caer lágrimas a través de los ojos que debieron ser devorado por los peces en el fondo del río- ¡¿Por qué no me permites fallecer en este instante?! ¿Por qué no me permites reposar junto a los que amo? No hay nada para mí aquí, en el mundo de los vivos-
-No funciona de esa forma-respondió él sonriendo afligido. Otra vez parecía estarle pidiendo perdón, como si le hubiese causado algún daño.
-¡¿Por qué no?!- su pregunta fue más un reclamo. La novia sintió que el universo entero conspiraba para dejarla viva contra su voluntad-¿Qué eres?- preguntó de nuevo en forma desesperada.
-Soy un nigromante-

La Séptima Llave: El Guardián Perdido.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora