Capítulo 2: No me dejes solo

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Capítulo 2: No me dejes solo

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Un mes. Treinta días. Setecientas veinte horas.

Llevaba un maldito mes encerrado en aquel lugar. Era mucho más de lo que cualquiera de los diez orfanatos en los que había estado, contando ese, podría jactarse.

En la mayoría, tan solo habían podido retenerle una semana, y con suerte. Pero, curiosamente, cada vez que intentaba escaparse —iban cinco intentos fallidos ya— siempre acababan atrapándole y devolviéndole a su habitación.

Revisó el cuarto entero por si acaso hubiera cámaras escondidas, pero no encontró nada. También se aseguró de que no hubiera nadie vigilándoles o intentando entrar como la primera noche que pasó ahí.

Como lo había comprobado él mismo, y no había nada fuera de lo normal, se cuestionaba qué estaba haciendo mal. ¿Alguna cámara que estuviera oculta en algún sitio que no supiera? ¿Algún niño le vería desde la ventana de su habitación y se chivaba?

Era improbable que se tratase de esa última opción, pues salía a altas horas de la madrugada. Y Tsuna no podía ser. No hablaba con nadie, solía hacer su rutina normal y siempre comprobaba que estuviera dormido antes de salir.

Aunque el pequeño castaño suponía otro de sus problemas en aquel lugar.

No era porque fuera ruidoso, ni molesto, ni mucho menos. La mayoría del día se la pasaba dibujando, en su mundo, y le dejaba tranquilo excepto cuando tenían sus extrañas conversaciones, que no pasaban de miradas y dibujos por parte del castaño que debía descifrar.

Ni siquiera pareció apenarse cuando le explicó que no creía en esas cosas como «la amistad» y rechazó el ser su amigo cuando este se lo pidió, aún sin saber por qué se había explanado tanto y no había dicho una simple y cortante negación. Ante sus palabras, simplemente asintió y regresó a su escritorio.

Ahora, el problema era cuando la noche llegaba.

El menor se acostaba a los pies de su cama como le había dicho que hiciera, sin embargo, a la semana sus temblores empezaron a inquietar al azabache. No era que se preocupara por él, ni mucho menos, pero la curiosidad crecía mediante pasaban los días.

Si se lo preguntaba a Tsuna, seguramente lo dibujara y le tocaría descifrarlo —no parecía darse cuenta de que era más fácil escribir o hablar— o se encogiera de hombros. Y antes muerto a preguntarlo al herbívoro rubio o la herbívora monja.

Por ello, prefirió mejor pensar en una manera para hacer que dejase de temblar. Sin embargo, no se le ocurría nada.

O no se le ocurrió, hasta que, dos semanas después de su llegada ahí, se encontró con el castaño debajo del edredón, abrazado a una de sus piernas como si fuera un koala. Temblaba un poco, pero indudablemente, menos de lo habitual.

Nunca pensó hacer lo que hizo entonces, ni sabía exactamente por qué se le ocurrió si jamás le había gustado el excesivo contacto. Y extrañamente, lo llevaba haciendo durante catorce días.

Despegó con cuidado la pierna de entre los brazos de Tsuna y se acercó al pequeño mientras dormía, metiéndose bajo las sábanas. 

Al roce, el castaño abrió los ojos con rapidez y le miró con el mismo miedo que expresó la primera vez que le despertó.

Sin decir una palabra, el azabache le rodeó con sus brazos, y vio que sus orbes chocolate expresaban la segunda emoción que le había visto en medio mes de convivencia: confusión.

Dessins pour toi |DPT #1|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora