Epílogo

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     No puede ser, usted no tiene compasión conmigo, señora Geraldine. Ya me confesé con el caballero que al parecer es su marido y aun así continúa acosándome; haciéndome sentir culpable después de tantas semanas. Ulterior al atentado, yo le mandé esa carta como una forma de que me tuviera miedo y me evitara, pero parece que usted entiende todo al revés y se puso a seguirme por cuánto lugar iba. Al no lograr deshacerme de vos, intenté reintegrarme a la sociedad y ser feliz y pacífico de nuevo. Conseguí un sustento para poner un pequeño negocio en una feria artesanal y a los días ya estaba atormentándome. Luego decidí ir a pasar el rato viendo obras de teatro, pero ahí llegó nuevamente con sus mocosos.

     Tiempo después decidí que esto no podía seguir así, no era posible que usted tuviera tanto poder sobre mí. De este modo me di cuenta de que yo era quien tenía que tener el control en esta situación y no viceversa; así que decidí pedir ayuda a un amigo, quien de paso le había enviado la carta, ya que ese día también estaba presente y afortunadamente era vecino suyo. Esto me simplificó las cosas y creí tenerla controlada, pero ahora me doy cuenta de que usted nunca pierde.

     Éste conocido le robó el celular a su hija; por una parte para ayudar a Don Michael, y por otro lado, para darle un buen susto a usted y sus chavales. Pero como siempre salió victoriosa Miss Geraldine, sí, usted de nuevo. ¿Será que algún día me deja en paz, Doña Geraldine?

Mientras tanto en la nueva casa de Geraldine y Michael

-¿Quién quiere helado?- pregunta Gerald.

-¡Yo!- responden los tres.

-Pues vamos a comprar, tesoritos míos.

Instantáneamente salen los cuatro cuan Chavo del Ocho, y por lo desesperados, la heladera se les queda mirando como si estuvieran chiflados.


Paranoia Where stories live. Discover now