XXI

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Bernard Lennox se reunió es misma tarde con Oliver Scott padre. Solo unas horas antes recibieron las observaciones de sus hombres, todo indicaba que la relación de sus hijos iba mejorando. La chica no agredió a Scott, ni Scott a Charlotte. Platicaron alegremente, pensando que la siguiente generación de sus familias podría seguir con la amistad de tres generaciones gracias a Charlotte, ya que sus hermanos eran tan explosivos con Oliver que terminaron peleados a muerte. Fue ahí cuando empezaron a hablar de un tema que ya había surgido con anterioridad un par de veces, la duda sobre si serían capaces de cumplir el pacto que tenían, el cual los afectaba por igual, pero los beneficiaba el doble.

—¿Cómo podemos estar seguros? —había preguntado Bernard, llevándose la taza de té a los labios—. ¿Cómo sé que no darás marcha atrás? No confió en tus papelitos, Scott, por más amigos que seamos, en negocios solo somos gente con intereses.

—Haces bien al no mezclar negocios con amistades —Scott lo miraba, pensando en una solución, quizá no inmediata—. Podríamos hacer de ambas empresas un negocio familiar, la familia no se dañaría entre ellos, ya sabes, sería una garantía.

—Explícate, Scott, creo que ya sé por dónde va esto —dijo Bernard, asentó la taza de té.

—Tú tienes dos hijas cercanas a la edad de Oliver y una no solo lo conoce, sino se lleva bien con él —dijo asumiendo que el reporte de los observadores en el desayuno fue correcto—. Mi hijo es un enamoradizo.

—Charlotte no —interrumpió el señor Lennox, apurándose a tomar otro trago antes de empezar a molestarse. No podía negar que hubiera pensado en comprometer a Charlotte con Oliver, la había visto tan destrampada y fuera de línea, que temía que nunca encontrara esposo. Hasta que la nación de arrasar esquemas apareció, y esa nación se hacía llamar Paulette Lennox, la hija de su segundo amor.

—Vamos, Bernard, Oliver tiene todo lo que desearías por nuero —dijo notablemente animado, más de lo que estarían los chicos—. Está en tercer año de medicina y le he enseñado a ser líder desde pequeño, sé que tu hija no desea estudiar medicina. Comprometamos a los chicos, dejas que Charlotte estudie lo que desee y unimos las familias como hubieran querido nuestros abuelos.

—Charlotte no se dejará, Scott, es demasiado obstinada. Paulette por otro lado es enamoradiza, pero de orgullo tan alto como el de su hermana y se necesita una mano dura para meterla en cintura.

—Está muy pequeña para Oliver, es solo una niña —¿abogando a favor de Paulette? ¿Quién haría eso en su sano juicio?—. Oliver hará feliz a Charlotte, podrá tardar en enamorarse, pero mi hijo es un buen hombre.

—¿Te recuerdo la cita anterior? Charlotte defendía a las mujeres y tu hijo hizo la idiotez de ir en contra, ya viste como terminó todo, pagamos los platos rotos y tuvimos que alejar a la prensa.

—¡Bernard, Bernard! ¡Piensa! Dos empresas unidas gracias a nuestros hijos, sabemos bien que nuestros padres hubieran hecho lo mismo de no haber tenido puro hombre...

—Y si tu hermana no se hubiera escapado con el italiano ese...

—¡Charlotte hará lo mismo! —exclamó Scott, se había dado cuenta que Bernard no le entregaría a la chica tan fácilmente—. Es cuestión de tiempo, evitemos eso y comprometamos a nuestros hijos. Matamos a dos pájaros de un tiro, cumplimos el sueño de nuestros padres y unimos las empresas. ¡Bernard será impresionante!

Bernard Lennox le dirigió una mirada fría, sus ojos azules congelados. Definitivamente no le gustaba la idea del todo, pero estaba seguro de que Oliver haría feliz a Charlotte. Lo había visto, sabia comportarse y era un caballero con las mujeres, la única vez que no fue así, le sorprendió, fue con Charlotte.

Piedra, papel o besoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora