VI

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Charlotte intentó contactar con su padre de todas las formas posibles que se le cruzaron por la cabeza. Llamó a su celular y cuando no contestó, llamó a su consultorio; luego directamente a la secretaria, pero esta le dijo que ella se encontraba haciendo unos encargos. Mentira, de fondo escuchaba el tic tac del reloj del consultorio. Furiosa, se dirigió al hospital únicamente para hacer más bilis y perder media hora que pudo haber invertido arreglándose para la cita. El padre estaba, para su suerte, haciendo una operación bastante larga.

—Cuando salga seré yo la que lo mande de regreso al quirófano —le dijo a Paolo desde el asiento trasero—. Pero no como doctor.

—Solo tienes que cenar con Scott, no es para tanto —le dedicó una mirada de pocos amigos—. Estaré esperando afuera por si te quieres ir... después de haber pasado al menos una hora —se apresuró a agregar viendo la cara radiante de Charlotte. Era capaz de decir hola e irse con la misma.

Al final llegó al departamento con suficiente tiempo para arreglarse si no se entretenía en el camino contestando llamadas, mensajes y leyendo el periódico, sólo le interesaba la sección de espectáculos, internacional y sociales. Cosa que no sucedió, distraerse era el hobbie principal de Charlotte en días con compromisos no deseados, arreglados por su padre. Lo único que Charlotte consideraba bueno de él, después de haberse casado cuatro veces, era que su gusto por la ropa femenina era muy exquisito. Una vez más no la decepcionó, en su cama descansaba un vestido rojo con moños en los hombros. Sencillo, corto y elegante. Los tacones de gamuza roja le quedaron como si estuvieran hechos a su medida, era posible.

—Me está comprando con dinero —murmuró, encontró en su tocador un montoncito de billetes.

Puso a llenar la tina del baño y le echó unos cubitos de jabón de burbujas. Mientras tanto se preparó un té de hierbabuena, que puso en un platito de porcelana junto con unos bloquecitos de chocolate amargo. El planto, con la copa, lo puso en una mesita a lado de la tina. Apenas se iba a quitar la ropa sonó su celular con el tono de Felicia.

—Neni, ¿vas a la tocada? —Charlotte maldijo, se dejó caer sobre la silla.

—Se supone que si...

—¿Pero?

—Tengo una cita en hora y cacho con hijo del socio de mi padre que no he visto en años, pero creo que si llego después de todo —se quitó los calcetines y los lanzó por el aire.

—Entonces, supongo que me dirás que llegaras sola...

—Supones bien, tendré que regresar a cambiarme, no pienso ir en vestido a la tocada.

—¿Entonces te veo ahí? —asintió con un sonido nasal—. Suerte, darling.

—Gracias, darling.

Asentó el celular encima de una pila de revistas. En el camino al baño se quitó la ropa, dejando la sudadera a lado del sillón, la blusa blanca a la mitad de la sala, la falda en la puerta de su cuarto, el sostén en la del baño y el calzón cayó, casi por milagro, en el cesto de ropa sucia. Encontró el agua tibia, como le gustaba. Pensó largo rato, paladeó los chocolates que tanto le gustaban hasta que no hubo más. El té le duró hasta el final del baño por primera vez.

El ritual para maquillarse era casi sagrado, siempre después de haberse peinado, en esta ocasión se había hecho un recogido que dejaba unos mechoncitos salidos para no verse tan estirada. Se encerraba en su cuarto, abría completamente las cortinas para que pasara luz natural. La artificial no le era de tanta confianza, en ocasiones le parecía que los colores eran distintos, la diferencia era mínima, pero para alguien como Charlotte con una percepción de los colores tan precisa era algo molesto. El azul cielo podía parecer más oscuro o más claro según el tipo de luz. No, ella prefería irse con lo natural.

Piedra, papel o besoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora