Rojo, el color de la sangre, ese líquido doloroso e intenso que te mira con ojos perversos, clavando su maldita mirada en ti, haciéndote sentir débil cada vez que te clavas una astilla en el dedo o te haces una herida, como si quisiera descargar su ira contra ti.
Pero si pones una gasa encima de ese endemoniado líquido y aprietas contra él, llega un momento en el que se detiene, dejándote en paz.