Elena Rivers.

1.6K 95 8
                                    

Me llamo Alan Brows, tengo veintitrés años, desde hace aproximadamente doscientos veinte años. ¿Raro, no? A lo que me refiero es que sigo con mi apariencia de un chico de veintitrés. Si tuviera que darles un concejo, sería que nunca —jamás— deseen algo con tanta fuerza si no están seguros de las consecuencias.

7 de Junio de 1794.

Londres, Inglaterra.

Salí sin importarme que una amenazante lluvia quisiera caer con furia sobre mí, mejor —me dije a mi mismo— así moriría resbalándome o algo similar. Caminé sin rumbo fijo, ya las gotas habían comenzado a caer logrando que mi vista se nublara, y algún instinto de supervivencia me exigía que no siguiera, pero lo apagué. Yo seguiría.

De pronto un grito similar al que escuché cuando mi madre murió se hizo presente, luego un sonido parecido a aquel caballo que mató a mi padre acompañó al grito y más tarde uno, dos, tres, cuatro y cinco disparos secos. Aquellos sonidos empezaron a sonar al unísono, mezclándose en mi mente, la cual me estaba jugando una mala pasada. Comencé a correr, queriendo huir de aquellos recuerdos, el suelo de barro pronto se convirtió en madera, un olor a agua salada invadió mis fosas nasales advirtiéndome que estaba en el muelle, demasiado tarde claro está, caí golpeando fuertemente mi columna con una roca. Observé como me sumergía y las gotas de lluvia caían en el mar. Al tocar el fondo escuché una voz angelical.

«A tu corazón debes escuchar,

doscientos veinte años deben pasar,

será tu tiempo de reflexionar

y los malos deseos desechar.

 

Elena Rivers»

 

Presente

 

Los años mencionados ya habían pasado, yo seguía vivo, por llamarlo de algún modo, aunque en mi situación seria factible usar sinónimos como espectro o fantasma, aunque a mí definitivamente me gustaba más creer que estaba vivo.

Ciertamente lo estoy, pues camino, veo, respiro, pienso, recuerdo y lamentablemente, siento. Si la lección que querían darme era que aceptara que los sentimientos no son un asco pues, no lo lograron.

Hay tantas cosas que, aún después de tanto tiempo no entiendo. Sé que no duermo, mejor dicho no puedo dormir, las mujeres me envidiarían, pues no tengo ojeras, pero lamentablemente ellas no pueden ver mi rostro, ni ellas ni nadie, soy algo así como invisible para los demás. Bueno, excepto para los perros que ladran como locos cuando me ven aunque sería más correcto decir cuando me sienten,  no como ni me hace falta, no siento esa necesidad. Insisto, las mujeres quisieran ser como yo.

Fuera de eso, no sé si me quedaré para siempre así, tal vez la mayoría después de dos siglos perderían la esperanza, pero no yo. ¿Quién lo diría? De tanto desear estar muerto ahora deseo vivir.

Prosiguiendo con las cosas que no sé de mí, está el significado de aquellas palabras, el nombre Elena Rivers nadaba como una sirena en mi cabeza, la había buscado, pero cuando terminó el segundo siglo me había rendido.

La pesadilla que era tan recurrente a mí en mis años de existencia, mágicamente se había vuelto un cuento para niños llamado Pinocho. Si se veía de cerca no era tan diferente a mi situación, excepto que yo no soy de madera, a mí nadie me ve, no existe un grillo que me oriente o un padre que vele por mi…  Ah, ni una ballena que quisiera devorarse a ese padre, y vaya que he pedido a todas las estrellas del bendito cielo y nada. Pero eso es viendo la historia superficialmente, en sí ambos queremos ser de verdad y vaya que es una ironía ya que yo era el primero en decir que estaba loco ese chico —marioneta— por querer ser humano.

En exactamente dos meses y dos días se cumplirían los doscientos veinte años de mi muerte —no muerte— y esta cifra ha pasado por mi mente como un cangrejo, al lado de la sirena Elena Rivers, cosa que es realmente graciosa ya que también existe un cuento de niños con estos personajes.

Dos meses y dos días después

¡Feliz aniversario a mí!

Hoy iría al supermercado… ¿Qué? El hecho de que no necesite comer no quiere decir que no pueda hacerlo, me gusta sentirme lo más vivo posible, me baño, me visto, como, hago ejercicio y un enorme etcétera… Sí, sé lo que se están preguntando, no tengo dinero, pero todo lo que forma parte de mi de algún modo tampoco es visible para los demás, por lo que, en el vulgar castellano sería robar, pero algún día se los pagaría. Vivo en una casa, lamentablemente esta no desaparece por lo que logré que se ganara el título de embrujada así que nadie se acerca, no necesito transporte pues puedo teletransportarme a los lugares que quiera, sin embargo tengo carro, eso sí, con los vidrios bien ahumados.

Ya en el mercado di inicio a mi rutina de los lunes, compraría dulces, cerveza y otras cosas que comprarían los vivos.

Caminé hacia el área de dulces y agarré unas galletas.

En ese momento tuve la sensación de ser observado, imposible, lo sé. Me di la vuelta y vi unos hipnotizantes ojos color miel, junto con un precioso rostro femenino sonriéndome, me quedé helado, pero pronto miré hacia atrás y vi a un chico, seguramente le sonreía a él.

Me fui de allí tan rápido como pude, aún con el corazón —sí, tengo corazón—  latiendo fuertemente.Fui por una cerveza y de ahí me largué a mi casa y me relajé.

La misión de Alan BrowsWhere stories live. Discover now