El famoso Alan.

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Aunque eran pocas las personas que quedaban a nuestro alrededor, caminando en el enorme jardín de Londres, Elena y yo seguíamos sumergidos en aquel mundo. Las luces se habían encendido automáticamente resaltando algunos colores que habían quedado algo ocultos a la ausencia de la claridad mañanera.

Entramos a una especie de exposición de rosas, un invernadero.

Aquello estaba repleto hasta el fin de rosas, todas de colores diferentes. ¿Alguien sabía que las rosas podían ser moradas? Porque yo no.

Caían del techo adornándolo, todo el recinto parecía hecho por un ser milagroso, era de verdad abrumante la belleza que habitaba aquel pequeño espacio dedicado solamente a las rosas coloridas.

—Todo esto es tan… hermoso —dijo Elena observando todo a su alrededor.

Tan típico de ella, siempre observaba con total detenimiento las cosas, aunque ya las hubiese visto antes, nunca se cansaba de observarlas.

—¿Cuáles te gustan más?

—Las rojas por supuesto…, o no. No, las blancas pero las amarillas también están hermosas y es que, bueno… ¡Mira estas! —exclamó señalando las moradas con un gesto infantil.

Parecía una niña pequeña en una tienda de dulces, impactada con tantas hermosuras juntas. No me malinterpreten, estos comentarios míos se pasaban de homosexuales pero la verdad todo estaba mínimamente trabajado para observar cada detalle y quedarse embelesado.

—Entonces, tus favoritas son las moradas, ¿no?

—Todas son tan bellas. —Suspiró—. Pero sí, las moradas definitivamente ganaron. Pero, ¡ey! Eso no quiere decir que ustedes no sean bellas —expuso dirigiéndose hacia el resto de coloridas rosas esparcidas por todo el lugar como si éstas pudiesen escucharla.

Así era ella, extraña hasta más no poder. ¿Inocente? Digamos que no era absolutamente inocente pero tenía sus momentos, era tan multifacética que eso era realmente la cualidad que más me gustaba de ella, nunca sabía con qué iba a salir. Tenía sus momentos de chica madura y consciente de las cosas, que tomaba decisiones por sí sola y se bastaba ella misma para hacerlo todo. Pero no faltaba aquella parte de ella que se mostraba vulnerable a todo, como si tuvieras que tener cuidado al tocarla con miedo a que se fuese a quebrar, tan frágil y delicada.

Toda ella era verdaderamente especial, mis momentos junto a esa chica eran honestamente los mejores que había pasado en mi vida. Ella era verdaderamente especial para mí, sin ella no hubiera estado aquí, expresando y admitiendo mis sentimientos, aunque sea a mí mismo, da igual. El hecho es que lo tenía muy claro, sin dudas al respecto, Elena Rivers era la mujer con la que todo hombre sueña y muy pocos pueden conseguirla, yo la había conseguido y no la dejaría escapar.

—¿Puedes regresar aquí Alan?

—¿Eh?

—Estás como en otro mundo, distraído.

La misión de Alan BrowsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora