¿Paranormal?

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 El lugar fue una heladería cercana a su trabajo, ella misma lo sugirió y yo encantado de que me hubiese ahorrado la labor de decirle que no conocía ninguna heladería la llevé a esa, el nombre era extraño y no me preocupé por prestarle mucha atención, al llegar y sentarnos en una de las mesas vacías pedimos nuestros helados. Elena parecía muy concentrada en ese trabajo de devorar su helado, así que fui yo el primero en hablar.

—Entonces, señorita Rivers, ¿cuántos años tiene?

Elena se tomó su tiempo en llevarse un poco de ese delicioso helado a la boca, sus labios entraron en contacto con aquel manjar, automáticamente pasé mi lengua por los míos, ella repitió el acto que yo acababa de hacer sonriendo y mirando mis ojos fijamente, un contacto visual entre ambos que me erizó la piel. Eso lo había hecho a propósito la muy —sensual— desgraciada, y como para romper el incómodo momento ella respondió.

—Cumplí veinte el día que nos conocimos.

—Entonces te llevaste el mejor regalo de todos, ¿no crees? – pregunté pícaro.

—Pues sí —dijo riendo, pero luego agregó—: El carro que me dio mi padre no estuvo nada mal. —Sonrió triunfante.

Reí ante su respuesta y seguí mi investigación.

—Elena, ¿crees en las cosas paranormales? —pregunté serio.

Y ahí estaba yo, directo al grano como antes.

Una estruendosa carcajada salió de sus  —preciosos— labios y luego me miró.

—Claro que no, aunque si Patch Cipriano estuviese vivo, eso no me disgustaría.

¿Quién?

Ella pareció entender mi desconcierto ya que agregó:

—Es un personaje de un cuento de fantasía, algo así como un ángel caído. —Hizo un gesto con la mano para restarle importancia.

Di por terminada mi indagación. Ella no creía en las cosas paranormales, entonces ¿por qué ella me veía?

Bueno, los demás lo hacían también, es sólo que ella fue la primera en hacerlo, ¿no?

—¿Tú sí crees, Alan? —preguntó sacándome de mis meditaciones, al parecer ella no quería dejar el tema.

—Pues, sí. Algo debe de haber más allá, algo que sólo es visible para algunas personas.

—¿Por qué crees que sólo algunas personas pueden ver ese tipo de cosas? —preguntó entre curiosa y pensativa.

Reí.

—Si supieras cuántas veces me he hecho yo esa pregunta.

—Lamentablemente yo soy de ese grupo de personas que no las ve —dijo resignada.

Si ella supiera…

—Sí, lamentablemente —respondí pensativo.

La hora de pagar llegó y yo estaba cada vez más nervioso. Me acerqué a la caja, iba a pedirle al chico que me dejara pagar con otra cosa que no fuese dinero, con un discurso muy bien ensayado por mí cuando escuché a lo lejos una voz familiar.

—Manipúlalo, Alan…

Obvié eso, pensando que sólo eran cosas de mi imaginación. Proseguí a abrir la boca para decirle lo ensayado al cajero, ganándome toda su atención ya que llevaba un pequeño rato parado ahí sin hacer nada, pero de nuevo esa voz me detuvo.

—Convéncelo de que te deje ir…

Ya recordaba de donde me era tan familiar esa voz angelical. Aquella que resonó en mi cabeza por tantos años.

¿Qué más daba intentarlo? El problema y la pregunta siguiente era: ¿Cómo lo hacía?

Opté por lo primero que se me vino a la mente, como aquellas películas que se veían en este siglo, lo miré fijamente a los ojos y dije:

—Los clientes de la mesa cuatro ya pagaron, ahora se irán y esto nunca pasó.

Extrañamente el chico asintió, no sé si me tomó por loco o si la manipulación había funcionado, llegué a donde estaba Elena, estábamos por irnos cuando escuché la voz de aquel chico.

—¡Señores! —Mierda, ahora como le explicaría a Elena que no tenía dinero para pagar, ella me odiaría, no me querría ver ni en pintura y yo me quedaría así para siempre y nunca sería humano y…

—Dejaron esto en su mesa. —Le entregó a Elena un bolso, era de ella pues agradeció amablemente al joven.

Ohh… Eso era, bueno, lo sabía.

Lo que en realidad no sabía era que podía hacer eso, era increíble, aunque como jamás la gente me había visto supongo que no los podía hipnotizar a mi antojo.

Dejé a Elena en su casa y seguí a la mía, no sin antes percatarme de que de nuevo era invisible, cosa que hizo que mi loca mente empezara a maniobrar teorías y locas ideas se posaron en mi cabeza, una de ellas se quedó para mucho rato ya que estuvo rodando en toda la noche por mi mente y era posible que esta vez yo estuviese en lo cierto.

 

La misión de Alan BrowsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora