14 Bellamy

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Capítulo 14

Bellamy

Bellamy no entendía por qué los antiguos seres humanos se molestaban en drogarse. ¿Qué sentido

tenía inyectarse basura en la vena si caminar por el bosque provocaba el mismo efecto? Cada vez

que cruzaba el lindero del bosque, algo se transformaba en su interior. Ahora, mientras se alejaba del

campamento al romper el alba, de camino a otra partida de caza, inspiró profundamente. Cada vez

que lo hacía, su corazón bombeaba con latidos firmes y constantes, sus órganos adoptaban el pulso de

la tierra. Se sentía como si alguien le hubiera pirateado el cerebro y hubiera ajustado sus sentidos a

un escenario que ni siquiera sabía que existiese.

Y sin embargo, lo mejor era la quietud. En la nave nunca reinaba un silencio absoluto. Siempre se

oía un ligero rumor de fondo: el ronroneo de los generadores, el zumbido de las luces, el eco de unos

pasos en los pasillos. La primera vez que se había internado en el bosque, la imposibilidad de

acallar sus propios pensamientos lo había aterrado, pero cuanto más tiempo pasaba allí, más

silenciosa se volvía su mente.

Bellamy oteó el terreno, pasando los ojos de las rocas a las zonas húmedas en busca de alguna

pista. A diferencia del día anterior, no había rastros que seguir, pero el instinto le dijo que torciera a

la derecha y se aventurara aún más en el boscaje, allá donde los árboles eran más frondosos y

proyectaban extrañas sombras en la tierra. Si él fuera un animal, sería allí adonde iría.

Doblando el brazo por encima del hombro, alcanzó una flecha de su improvisado carcaj. Aunque

detestaba verlos morir, su puntería había mejorado mucho y estaba seguro de que los animales no

sufrían demasiado. Jamás olvidaría el dolor y el miedo que reflejaron los ojos de aquel primer

ciervo cuando agonizaba en el bosque. Además, disparar a un animal no era un crimen tan terrible

como algunas de las cosas que habían hecho los demás para acabar allí. Y si bien es verdad que

acortaba los días de aquellos animales, Bellamy se consolaba pensando que habían disfrutado de una

vida entera en libertad.

A los cien prisioneros les habían prometido lo mismo, pero Bellamy sabía que a él no le

concederían ese privilegio, no después de lo que le había hecho al canciller. Si seguía en el

campamento cuando aterrizase la próxima nave, lo más probable es que el primero en bajar le

disparase allí mismo.

Bellamy había acabado con todo aquello: con los castigos, con los controles, con el sistema. No

pensaba volver a acatar las reglas de nadie. Estaba harto de tener que luchar para sobrevivir. Tal vez

la vida en el bosque no fuera fácil, pero como mínimo Octavia y él serían libres.

Extendiendo los brazos a los lados para mantener el equilibrio, medio patinó, medio resbaló

pendiente abajo, procurando no hacer ningún ruido que pudiera ahuyentar a los animales. Aterrizó al

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