Conocer (Prólogo)

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Quizás no os interese lo más mínimo, pero me gustaría compartir mi historia con vosotros… Me llamo Natalia, tengo 25 años y  siempre he vivido en un pequeño pueblo con mi padre y hermana pequeña; nunca me he quejado de la vida que llevo porque gracias al esfuerzo de mi padre y de mi madre, a pesar de estar separados, tanto mi hermana como yo hemos podido estudiar lo que hemos querido y disfrutar de una vida normal.

Aunque mi padre siempre se ha opuesto, yo he trabajado algunas veces como azafata para marcas comerciales y en fiestas de presentación como camarera porque siempre he considerado que la independencia financiera es uno de los primeros pasos para conseguir el crecimiento personal…

Debo empezar a contar mi historia desde hace 10 meses atrás, justo cuando acababa de cumplir los 25 años y me encontraba en uno de los momentos más importantes de mi vida: me iba a trasladar a la ciudad para proseguir mis estudios universitarios con una especialización en literatura del S.XX.

-         Natalia, ¿has colocado la ropa en la maleta?- se escuchó la voz de mi padre desde el pasillo.

-         Sí, papá…- dije la desde dentro de mi habitación cerrando el libro de golpe y levantándome de la cama, donde estaba tumbada con tan solo unas braguitas verdes con figuras rojas y una camiseta de publicidad de un supermercado local que hacía las veces de pijama.

Permitid también que describa; como he dicho, soy una chica de 25 años de cabello largo hasta la cintura, vivaces ojos marrones y una piel canela que atraía la atención de los chicos del barrio; solo había un pequeño problema, llevaba tiempo sin estar interesada en chicos ni muchas relaciones sociales. Quizás fuera fruto de un desengaño en una relación anterior que me había hecho abrir los ojos sobre los defectos de una relación duradera…

Desde entonces, me había dejado llevar por la desidia de lo inmediato: si salía y me gustaba un chico, me liaba con él y punto… Sin problemas, ni promesas. Yo llevaba el mando y yo decía cuando acababa; así, perdonen mi vulgaridad, eché algunos de los mejores polvos de mi vida y algunos de los peores, por que no decirlo.

Pero como he dicho antes, llevaba un tiempo huyendo de las relaciones sociales y me encerraba en mi habitación para dejarme llevar por mi afición desmesurada por la lectura y las novelas, ya sean fantásticas, históricas o de aventuras… Otras veces me comunicaba con el exterior, chateando con amigos o enganchada como estaba a una pagina que os recomiendo a todos, se llamaba todorelatos y une dos de las cosas que más me gustan en esta vida: el sexo y la literatura.

Por primera vez en mi vida me disponía a vivir fuera de la casa familiar puesto que el haberme matriculado en una universidad de la ciudad era tanto una opción mía, como  de mi padre, que pensaba que me serviría para tener un poco más de vida social de la que tenía en el pueblo, preocupado por mi, según él, enclaustramiento domestico.

Por tanto, la decisión estaba tomada y  me trasladaba a un piso vacío que tenía mi familia en la ciudad; un pequeño apartamento muy cerca de la universidad y que me permitiría vivir sola sin necesidad de compartir piso, algo a lo que me negaba en rotundo porque quería, ante todo, intimidad.

Tras preparar las pocas cosas que me quedaban para cerrar la maleta, me terminé de vestir con un pantalón ancho y una camiseta del Barça serigrafiada con el nombre de Fábregas (¿que queréis? Está buenísimo) que me habían regalado por mi cumpleaños y salí de mi habitación, echando un último vistazo como si quisiera llevarme un recuerdo grabado en el cerebro.

-         No sé porque tienes que vestirte así con lo guapa que eres… ¡Pareces un chico!-dijo mi padre cuando me vio salir de mi habitación.

-         ¡No empieces papá! Ya te he dicho que me gusta ir cómoda… Creo que eres el primer padre que se enfada porque su hija no enseñe su cuerpo.

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