Capítulo 13.- Eventos desafortunados

Začať od začiatku
                                    

***

—¿Tú le gustas, cierto?

—¡Qué!

David aspiró tan fuerte que una de las motas de lana de las ovejas que cuidaban, entró en su garganta, atorándolo.

—No te mueras, David. —Allen riendo le dio palmadas en la espalda para que tosiera mejor. —¿No me digas que no te has dado cuenta de que la señorita Diana está enamorada de ti?

—No digas esas cosas. Eso es imposible.

—Está pasando, aunque quieras negarlo. Lo sé.

—¿Qué puedes saber tú? Allen de verdad ten cuidado con las cosas que dices.

—¿Por qué? Estamos solos, es de noche, podría gritarlo y nadie lo escucharía. Solo digo que la señorita es linda, es buena persona, me cae bien, cásate con ella.

—¿Qué cosas dices? —David un tanto molesto le dio la espalda, mirando el valle que se extendía frente a ellos y que solo la luz de la enorme luna, alumbraba.

—Me vas a decir que no has notada que es muy linda.

—Sí, es muy linda, pero... primero soy un esclavo.

—Yo no te veo un grillete.

—¡Lo soy! Aunque el conde Cowan me dé más libertad, sigo siendo su esclavo.

—No será la primera niña rica que se enamora del pobre sirviente. Podrían escapar.

—¡Yo amo a Hanna! —gritó con impotencia—. No me gusta que estés insinuando cosas, cuando... Hanna no está, y yo... Ella es la única mujer que he amado y la única que amaré. Sé que la señorita Diana no está enamorada de mí. Ella tal vez me trata bien por Hanna, ambas eran amigas, además siento que la señorita Diana está o estuvo enamorada de alguien, por eso me hizo ponerme esa ropa. Yo solo le tengo aprecio. Amo a Hanna y eso es todo.

—No digo que ahora, pero en algún momento volverás a enamorarte. Sí, ahorita es muy pronto, pero algún día pasará, y cuando ocurra no serás malo, no estarás engañando a Hanna, es solo que ella simplemente ya no está.

David hundió el rostro entre las encogidas piernas, para intentar esconder sus lágrimas. Odiaba cuando hacían referencia a que Hanna ya no estaba. Ella seguía tan viva en su corazón, que cómo podían decirle que algún día la olvidaría.

—¡Hey! Rizos de oro, algún día el dolor será menos doloroso. —Allen pasó su mano sobre los rizos de David, consolándolo. —Yo lo sé. Y tú también lo sabes. Hemos perdido a todos, y aunque al principio el dolor es tan fuerte que te desgarra el alma, aunque pareciera que cada noche morirás, despiertas bajo el mismo sol, y la vida parece una tortura; una a la que vas acostumbrándote, hasta que dejas de pensar en morir y comienzas a creer de nuevo en vivir. La vida no ha acabado David, por algo seguimos aquí. Y aunque te moleste, volverás a enamorarte.

David le dio un codazo, alzando su cara y limpiando sus lágrimas. Allen continuó riendo, y David no pudo continuar más tiempo molesto.

—Pero no soy tan idiota para enamorarme de una joven de alta sociedad.

—Todos somos idiotas. No hay nada más atrayente que lo prohibido. Yo por ejemplo no he podido sacarme de la cabeza a una princesita.

—¡Princesa!

—Sí. Es ruda, no sabes lo buena que es cazando, siempre está de mal humor, pero no es presumida. Es hermosa. —David observó con asombro la sonrisa extraña de su amigo. —Pero no volveré a verla, así que... ni modo.

Ennoia. La esperanza de un corazón abatidoWhere stories live. Discover now