Capítulo 13.- Eventos desafortunados

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26 de Julio 1849. Perth, Escocia.

David se rehusó una y mil veces, pero ahí estaba detrás de ese árbol cambiando su ropa por una que Diana se empeñó en que usara.

No sabía siquiera dónde iban algunas cosas, pero a la final creyó haberse vestido lo mejor posible.

—David, ni las damiselas se demoran tanto —gritó Allen en su posición al lado de Diana.

Se encontraban en una montaña muy lejana a la hacienda del Conde William. No era propio que Diana estuviera tan lejos y en compañía de dos sirvientes, pero el Conde se había enfermado en su estancia en la hacienda de su socio al este de Escocia, y ella se encontraba sola en la gran casona. Tal vez comenzarían los rumores luego, pero a ella no le importaba, algunas veces hasta quería que los rumores comenzaran. Incluso se imaginó cometiendo alguna insensatez que la llevara a unir su vida con la de David para siempre, pero ella quería ganarse su corazón poco a poco.

—Esto no es tan fácil —protestó David, ajustando el último botón de su chaqueta.

—La señorita Diana ya tiene las piernas entumecidas de tanto esperar.

Diana sonrió. Hace unos días que conoció a Allen y él le parecía un joven muy divertido. Allen de inmediato le dijo que era estupendo que no fuera odiosa como su hermana. Para Allen, Diana era una joven hermosa y muy buena, era de las pocas jóvenes de alta sociedad que apreciaba.

—Ya está. Estoy seguro que si alguien me ve seré colgado por esto.

David esperó las burlas de Allen, o alguna acotación de parte de Diana, pero al no escuchar nada, alzó la vista para notar que lo miraban atentamente, pero incapaces de esbozar palabra.

—¿La chaqueta o la camisa no van así? —preguntó temeroso.

Allen, con su expresión de haber visto a un fantasma, se levantó de su puesto en la roca y se acercó a él, con su mano extendida como si intentara tocar un espejismo. David cambió su mirada hacia Diana y ella le correspondió con una enorme sonrisa.

—Pareces un príncipe —susurró Allen—. Si Hanna te viera diría que, sin duda alguna, eres un niño rico.

Diana notó el cambio en la expresión de David, al escuchar el nombre de Hanna. Así que carraspeó y agitó su lienzo y pinceles.

—Debo hacer una pintura, así que por favor señor Hazel no distraiga a mi modelo.

—Lo siento señorita Diana, no volverá a suceder. David, pon esa cara de venado recién nacido que tan bien te queda.

David quiso no replicar y siguió las indicaciones de Diana.

Ella demoró en concentrarse, él era un caballero en toda la extensión de la palabra. Aquella ropa solo había sacado lo que él de verdad era, algo le decía que había mucho detrás de ese esclavo, y ella lo averiguaría.

Aquella elegante ropa que ahora David vestía, eran las del padre de Diana cuando él era un jovencito. Ella por cariño quiso quedarse con la ropa que su padre veneraba por haberla usado el día que su madre decidió confesarle su amor. El día que se comprometieron y admitieron que estaban hechos el uno para el otro.

Una pequeña lágrima se esparció por el rostro de Diana, una lágrima llena de recuerdos ajenos, de revivir escenas que solo podía imaginar. David notó la tristeza en la joven que lo retrataba, sentía que ella tal vez estaba reflejando en él a algún amor perdido, por ello su insistencia en pintarlo con aquella ropa, pero no quiso seguirle dando muchas vueltas al asunto.

Ennoia. La esperanza de un corazón abatidoWhere stories live. Discover now