Capítulo 2.- El primer beso y el nacer de un caballero

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18 de Abril 1849. Londres

—¡Alberth! Que alegría verte de nuevo, amigo. —James con algarabía sea cercó a él estrechándolo en un fuerte abrazo.

—Creo que este no es un comportamiento apropiado, su real majestad —comentó con elocuencia.

—Después de tantos años continuas con lo mismo. —James dejó de abrazarlo para invitarlo a tomar una copa.

—Verte, señor, no es algo fácil. Extraño aquellos días cuando tú te la pasabas en mi casa, o yo en tus palacios, éramos tan unidos.

—En ese entonces ni nos salía bigote, no teníamos esposas, ni hijos. —James le entregó un vaso con coñac.

—Nosotros con hijos, era el deber, pero creo que igual en aquella época no lo imaginábamos ¿Cierto? —Alberth con el vaso en mano tomó asiento en un fino sillón vinotinto.

—En cuanto conociste a Catalina todo en tu vida fueron hijos, hijos y más hijos. La primera noche de conocerla no paraste de repetir que ella sería la madre de tus hijos. —Ambos rieron. —Por cierto ¿Cómo está ella?

—Bien. Acabamos de llegar hace un momento a Londres, yo me vine a verte y ella se quedó descansando en casa. Quiere visitar a Stephanie, o disculpa, a su real majestad la reina ¿Puede?

—No, ahorita no —respondió seco. Alberth pudo notar el tono en su voz, lo conocía, llevaban demasiados años siendo amigos.

—Mi Catalina no es mala compañía, pudo haber sido parte de la corte real —dijo para aligerar el ambiente.

—Lo sé. Es solo que Stephanie no está. Es la fecha, tú sabes.

—¡Ah! Claro, lo olvidé, pronto será mayo ¿Cuándo te dignarás a ir a Escocia en mayo?

—Nunca.

—¡James!

—No puedo, entiendes, no puedo. —Alterado se levantó, dio dos vueltas y volvió a lanzarse, cansado hundió los dedos en sus cabellos. —No es que no me importe mi hijo, tú sabes todo lo que hice para encontrarlo, pero todo fue inútil. A estas alturas no hay nada que hacer, y año tras año está este mes y todo se revuelve. Y no puedo ser como ella e ir cada año a torturarme, ya no puedo, no está bien. No necesito ir allá para sentirme miserable. Me siento así cada día desde que él no está. Porque cada momento de felicidad que he tenido, solo traslada el inminente recuerdo de que por mi culpa mi hijo murió quien sabe cómo.

—No fue tú culpa ¿Cuántos años más hablaremos de esto?

—No más, decidí que no quiero escuchar más el nombre de Charles. Eso le dije a Stephanie, que hace mucho debimos resignarnos, que yo no repetiría su nombre y ella tampoco lo haría.

—No creo que lo haya tomado bien.

—Crees bien. Ella está en una habitación yo en otra y casi no nos hablamos. Y ya no me importa.

—No digas eso. Tú la amas, y ella te ama.

—Sí, pero todo se derrumbó tan rápido, nada debió ser así. Ella es mi todo, pero tenemos esta sombra sobre nosotros. Ahora que Aimé y Arthur están más grandes la sombra ha crecido.

—No dejes que siga en aumento. Ve a Escocia, busca a tu familia, si no le dices adiós a ese lugar, si no enfrentas eso, nunca podrás dejarlo ir. Tal vez es lo que necesitan, creo que te la pasas evitando el tema de Charles con ella, deben hablarlo y darle un fin, es hora.

Ennoia. La esperanza de un corazón abatidoWhere stories live. Discover now