Capítulo 10.- Falsas Promesas

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20 de Agosto 1838. Saint – Gervais – Les- Bains, Lyon, Francia.

David con su boca y nariz sangrando, y con un fuerte dolor de cabeza, se arrastró hasta la cocina. Sabía que su padre lo mataría si se enteraba que estaba robando una pieza de pan, pero ese día no tenía miedo de él, su miedo era mucho mayor y hacia algo con lo que no podía luchar. Limpió las lágrimas que no dejaban de caer, tomó un poco de mermelada, que solo su padre podía comer, y que él nunca había probado en su vida, pero suponía que sabía bien, y la envolvió en una pieza de tela. Tomó un poco de leche, que él mismo había sacado en la mañana y la calentó un poco. Con plena conciencia de que lo matarían, jaló una cobija de lana de Joseph y se envolvió en ella.

Era un día helado como todos, y un día en extremo triste para él. Se encontraba solo en la destartalada casa. Su padre ya había caído desmayado de borracho, su linda nani, la única que los amaba, estaba de viaje cuidando a su hermana enferma, Joseph fue enviado a la capital por algunos asuntos que desconocía. Agradeció que su padre estuviera desmayado, guardando todo en un bolsito de algodón, corrió a través de la helada nieve hacia el lugar dónde su hermano estaba muriendo.

Owen estaba tirado en la fría nieve, con un grillete en sus pies y tosiendo efusivamente. Moriría, eso era un hecho. Llevaba días enfermo, con mucha fiebre y tos, David lo cuidó, pero cuando sus tosidos fueron los suficientes para aturdir al demonio que llamaban padre, este lo echó a esa pequeña cueva, lejos de todo, diciendo que ya que no servía para trabajar, mejor que muriera. Acostado de lado Owen dejó de pensar en el frío, solo observaba la nieve a su alrededor, encontrando figuras en los copos de nieve, fue lindo imaginar que no estaba ahí, muriendo, sino que era una especie de rey del hielo y ese era su reino.

—¡Owen! ¡Owen! —David entró todo lo rápido que pudo y lo acunó en sus brazos, lanzando la cobija sobre él, envolviéndolo. —Owen no me dejes, por favor, no me dejes, no mueras.

Las calientes lágrimas de su hermano mayor cayendo sobre su rostro, lo reconfortaron un poco.

—Traje pan, mermelada y leche caliente. Por favor, vamos a comer, levántate, tú puedes, eres el más fuerte ¿Recuerdas? Como David puedes derrotar a un Goliat ¿Recuerdas?

—Pero Goliat no era una maldita enfermedad —protestó a susurros.

David sonrió, si podía molestarse, entonces podría vivir. Como pudo arrastró a Owen hasta recostarlo en una fría y enorme roca, y continuó abrazándolo sobre la cobija, intentando darle calor.

—¿Cuántos dientes te sacó esta vez? —preguntó Owen intentando refrenar su tos, aunque le era imposible dejar de tiritar. Su piel estaba muy pálida y sus labios muy morados.

—Tres, ya no sé con qué comeré. —Ambos rieron. —Por suerte volverán a salir. Uno al menos estaba flojo ya. Bebe esto está caliente. Nani llegará pronto y sabrá curarte, yo lo intenté pero...

—David, estaré bien. No puedo dejarte solo ¿Cierto?

—Cierto.

David acercó a la boca de Owen el vaso con leche caliente, y aquello fue la gloria para su helado cuerpo.

Lo dejó solo por un momento, en el que buscó leña y prendió una pequeña fogata.

—David mejor vete, te matarán.

—No me importa, no puedo dejarte.

Con el fuego alumbrando el pequeño lugar, y su calor reconfortando sus pequeños cuerpos, David se sentó al lado de su hermano, tomó el pan, lo untó con mermelada, y decidieron dar el primer mordisco al mismo tiempo.

Ennoia. La esperanza de un corazón abatidoWhere stories live. Discover now