—Agárrate fuerte, Mila. —En cuanto sus brazos se estrecharon un poco más, sacudí de un golpe seco las riendas del caballo y Silver comenzó a galopar. Sentí su cara pegar en mi espalda, y solté una risa. —¿No te gusta? —Pregunté en voz alta.

—¡Sí! —Dijo riéndose.

El viento golpeaba en nuestra cara, y abandonamos el paisaje amarillo, seco y árido de Knoxtenville para adentrarnos en el verde de la montaña.  El ambiente era mucho más fresco. Las copas de los árboles dejaban entrar la luz suficiente para iluminar, y el calor se quedaba en las hojas, en las ramas, nos cobijaban las sombras de la cúpula verde que nos cubría. Esa era una de las razones por las que no quería irme del pueblo por mucho trabajo que tuviese, era como un mundo aparte. Aquí, no existía la granja, ni la piscina, ni nada. Aquí sólo había... Paz.

Paré un poco el ritmo en cuanto llegamos a la montaña, Camila debía disfrutar de aquello. Sentí cómo despegaba la cabeza de mi espalda, pero no dije nada.

—Esto es precioso. —Asentí a su afirmación, viendo a las chicas caminar con sus mochilas, saludándonos con la mano al vernos.

—¡Hey! Qué rápido habéis llegado. —Comentó Ally, mirando hacia arriba.

—¿Os importa que vaya a caballo? Camila es un poco perezosa y...

—Y tú idiota. —Noté un suave mordisco en mi espalda e hice una mueca riéndome.

—No, claro, ¿sabes por dónde tenemos que ir? —Preguntó Dinah colocándose bien la gorra.

—No, no lo sabe. Se ha perdido. —Sacó la lengua y me dio con ella en la oreja.

—Ew, qué asco. Ven, anda, si tanto sabes, ponte tú aquí. —Giré el cuerpo y la cogí de la cintura con un brazo, pasando a Camila por encima de mí hasta sentarla delante.

—Pero, que yo no sé cómo se conduce a un caballo. —Todas se rieron de ella, incluso yo. Tomé sus manos y agarré las riendas, apretándolas un poco.

—Yo te guío. —Dije más bajo en su oído, para que las demás no lo escuchasen.

La mochila de Camila no abultaba mucho, así que estaba casi pegada a ella. El sonido del agua corriendo río abajo era música, podría pasarme horas escuchando aquello que jamás me cansaría. Las piedras se veían a través del agua cristalina que obtenía un color verde gracias al reflejo de los árboles en el río. Era precioso.

El agua se iba haciendo más profunda, así que tuve que apretar algo más las riendas para poder dirigirlas, y cuando ya vieron que el agua iba a llegarles hasta el pantalón, se salieron del río hasta la orilla.

—Oye, ¿nos quedamos aquí? —Sugirió Normani, señalando una bajada de agua fuerte entre rocas y una pequeña poza que llegaba hasta la cintura. —Aquí podremos bañarnos y hacer la barbacoa.

—A mí me parece perfecto. —Dije girando a Silver para que saliese del río. —Además, ahí puede tumbarse Silver.

Llegamos a la orilla, y sujetando a Camila de la cintura, la bajé al suelo, y luego me bajé yo. Lo guie hasta el río, y até una cuerda a un árbol para que no se fuese. Luego, comenzó a beber.

Todas nos quitamos la ropa, pero no los zapatos; nos mataríamos con aquellas piedras que inundaban el río. Inflaron dos roscos y comenzaron a deslizarse por el rápido que formaban las piedras; era como un tobogán de agua.

—¿¡Y no me haré daño!? —Gritaba Camila desde arriba, agarrando el flotador.

—¡No! ¡Vamos, tírate! —Grité delante de la bajada, con las manos en la cintura. —¡Estoy aquí para agarrarte si te caes!

la chica del maíz; camrenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora