Capítulo III

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Lo único que pienso en ese instante que dura una eternidad es en mis hijos, mis hijos hoy se quedarán sin padre. No sé qué es esto, no sé qué hice para merecer morir de esta manera si hay personas mucho peores que yo en este maldito mundo. Su palabras son claras "No es un juego" y me envuelven como una verdad que no se hubiera dicho nunca, la vida no es un juego, mi vida no es un juego y esto parece lo más cercano aun juego que yo haya sentido en la vida. Ese hombre que me habla por altavoces está jugando conmigo, le parece que soy un objeto con el que se puede jugar. La maldita palabra se repite en mi mente como si fuer un mantra "juego, juego, juego." Estoy en shock, lo sé y no siento que sea para menos.

Mi escaneo mental repasa cada milímetro de mi cuerpo, he escuchado que en ocasiones la adrenalina te impide percibir si has sido alcanzado por un impacto de bala, que pude suceder que no te des cuenta. Estoy aterrado, mi cuerpo y mi mente no logran contenerse, claramente siento como mi cuerpo trémulo pareciera al borde de la convulsión, no se controla, los movimientos musculares son compulsivos. Mis dedos entrecruzados en la base de la nuca mandan señales de dolor y enloquezco casi al pensar en la sola posibilidad de que ello signifique una herida real.

Mi rostro hierve, las lágrimas candentes surcan mis mejillas y arrastran la inocencia o estupidez previa. ¿Cómo no pensé en ello? Mi cerebro nunca se imaginó que yo pudiera vivir una experiencia así, ni en mis más locos delirios encontré tan absurda situación como posible. Un secuestro, estoy secuestrado por una mente enferma y desconozco cuál pueda ser mi destino. Los que conocen y saben de esto recomiendan hacerte ver como un ser humano, que tu captor sienta un grado de empatía por ti, que te reconozca como un humano al igual que él y abogues por tu vida, que luches por ella sin tregua, pero algo me indica que este no es el caso, puede ser mucho peor.

Maldigo cualquier cosa que yo haya hecho para merecer esto, me reprocho cada maldita decisión que en el camino dirigiera mis pasos hasta aquí. El silencio sepulcral que le sigue al ataque es quizás más aterrador que el propio sonido de las bala y eso enciende algo en mi subconsciente ¿la habrá matado? ¿sería a ella y no a mí a la que iban dirigidos los proyectiles asesinos? Me aterra pensar que pueda levantar la vista y no verla. Me niego a ser testigo de su inexistencia, no quiero que eso forme parte de mi historia.

Por más que agudizo mis oídos, no alcanzo a percibir mas que los sonidos del ambiente y hay uno del cual no había sido consciente hasta ahora. Oleaje; leve y calmo vaivén del agua marina. Sería hasta relajante de no ser porque puede enmarcar el peor momento de la historia de mi vida. Me niego a imaginar ser testigo de la muerte de alguien, de quien sea. No quiero ver, no quiero ver, pero no puedo dejar de hacerlo. La imagen de su cuerpo yaciendo en un mar de sangre y su piel perforada por las balas me estremece el lóbulo frontal, es mi maldita imaginación y el cerebro aterrado el que lanza esa imagen a mi mente y me repugna, me enfurece.

Tomo el valor suficiente para de a pocos levantar mi rostro, mis ojos imaginan la escena y hago un esfuerzo sobrehumano por mantenerlos abiertos, quizás se cerrarán de golpe si encuentran lo que esperan encontrar.

Su cuerpo como estatua está erguido en medio del horizonte, la verlo mis pulmones expulsan el aire podrido que se había acumulado y que sin consciencia permanecía inmóvil dentro de mí. Parece un fantasma lívido, su piel blanca raya en la transparencia, los rayos del sol golpean sobre su sudoroso rostro y resplandece. Sus ojos extremadamente abiertos acompañan a sus labios, literalmente se encuentra petrificada. Un rápido escaneo visual en busca de heridas sangrantes y visibles me indican que quizás al igual que a mí no la ha alcanzado ningún proyectil. Es mi esperanza es lo único que se sostiene, pues mi rostro se derrumba contra el pasto y ahí permanece.

I don't want realismDonde viven las historias. Descúbrelo ahora