Ángel seguía contemplando la escena desde su auto estacionado en la acera contraria
Para no parecer un simple y baboso espectador, sacó su teléfono y marcó a su madre para saludarla. Hilvanó malamente una charla insulsa que no sobrevivió lo suficiente. Un intercambio de peticiones "¿Te llevo algo?" "No sé a qué hora voy a llegar".
Cuando colgó, llamó a una compañera de la escuela y hablaron de las vacaciones y de una posada a la que estaba invitado. Si Misha volteaba, daría por hecho que estaba terminando una conversación antes de conducir.
Que estaba siendo responsable.

Ángel no estaba siendo nada de eso.
Lo que no quería era alejarse del lugar. Quería bajar y saludar a la familia de Misha, quedarse con él toda la tarde. Ser parte de eso que envolvía al chico, de su familia, de su intimidad.
Volver con él a casa en la tarde y dormir en la misma habitación.

¡Tenia tantas ganas de estar con él! Aunque cada uno durmiera en su propia cama.

La noche anterior, cuando ambos se quedaron en silencio. Ángel permaneció largo rato despierto. Estaba muy consciente del cuerpo dormido en la cama gemela. La sensación en sus labios no se desvanecía y el recuerdo le provocaba un vacío y un retorcimiento en las entrañas; algo delicioso y terrible al mismo tiempo.

No hablaron más.

Y tampoco hubo tiempo de hablar en la escuela.
Ángel no se atrevió a decir nada ni a pedir nada para sí mismo.
Misha no se atrevió a sacar a colación el tema del fantasma y todo el camino de la escuela a la casa de los Baeva la hicieron en silencio tenso, roto brevemente por comentarios de un clima que poco les importaba.

Las vacaciones de Navidad comenzaron ese día. No volverían a verse en veinte días. Ángel no sabía cómo pedir a Misha que le llamara, que salieran, que no lo dejara atrás mientras su familia tan extensa lo abrazaba.

Dos niñas salieron corriendo de la misma casa. Gritaron al ver a Misha y lo besaron y abrazaron  antes de salir huyendo hasta la esquina por donde desaparecieron.

Al terminar su última llamada, que fue hecha al centro de atención telefónica de su compañía y conocer las promociones decidió ser y comportarse como un hombre. ¡Tomó todo el valor que ardía en su corazón,¡saldría del auto, cruzaría la calle y...!

Exhaló ruidosamente mientras el valor se le escurría del cuerpo para evaporarse en el aire seco de su pequeño auto.

¿A quién quería engañar? ¡No tenía el temple necesario para hacer eso! Sobre todo porque no estaba seguro de que Misha sintiera nada parecido a lo que a Ángel le devoraba por dentro.

Metió la llave al contacto con el ánimo por los suelos y la perspectiva gris de una larga temporada en soledad asustándole lo suficiente como para matar todas sus sonrisas.
El motor rugió. Al girar el rostro para echar el auto en reversa, la chamarra de Misha le dio tregua y una bendita razón para salvaguardar su dignidad.

"No, no era para pedirle que fueran novios, sino para darle su chamarra".

La tomó muy contento, apagó el motor, salió del auto y mientras se ajustaba la chaqueta, una chica brotó como un hada de las profundidades oscuras de esa puerta.

¡Era muy hermosa! Su cabello rizado como el de Misha ondulaba alrededor de los hombros, alta y fina como el tallo de un tulipán, de piel clara. Tanto, que bien podía haber sido su hermana, excepto por el hecho de que se veía muy joven. La sonrisa que le brindó a Misha fue para Ángel tan desagradable como tragar un vaso de vinagre en ayunas.

¡Estaba completamente celoso, sin saber que eso eran celos y no hormigas marabunta debajo de su piel, comiéndoselo vivo! Se acercó con paso firme a tiempo para presenciar, a espadas de la muchacha, como Misha dejaba de girar el cubo de acero, se ponía de pie y la abrazaba con una sonrisa que nunca había visto en su rostro.

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