Capítulo 3: El menú incluye una vida

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Cuando aparté mi mirada de la suya, un escalofrío recorrió mi espalda vértebra a vértebra

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Cuando aparté mi mirada de la suya, un escalofrío recorrió mi espalda vértebra a vértebra. El miedo se apoderó de mí conforme mi anfitrión me tenía cautiva sin ni siquiera haberme puesto un solo dedo encima. Había algo en él, en su forma de actuar, en su creciente incomodidad, en... su sola presencia. Eran señales que me ponían el vello de punta, y me indicaban que debía salir corriendo lo antes posible. Un momento así me recordaba las cosas que me prohibí hacer memoria cuando era niña. Experimentar la sensación de estar en aquella casa con esa persona desconocida, me hizo ponerme en la piel de mi difunto padre... ¿Acaso él percibió algo parecido a esto durante la noche que le mataron?

—Josephine, ¿se encuentra bien? —La profunda voz de Caín me sacó de la perplejidad.

Estaba inmóvil. Mi cuerpo ni siquiera reaccionó para hacer algo tan simple como respirar. La paranoia había atacado mis sentidos hasta que todo juicio posible convertía a Caín en alguien de quien sospechar.

—Si su estado actual se ha producido por aquello que dije antes, quiero que me disculpe por mi impetuosidad. —Él se inclinó ligeramente, a modo de reverencia—. Y me gustaría compensar dicho comportamiento, no quisiera estropear una noche tan prometedora como esta...

Un aparatoso ruido que provenía del salón rompió la concentrada atmósfera. Pude distinguir con claridad que el sonido era nada menos que la sirvienta amontonando la vajilla de cerámica. Pero el silencio volvió a instaurarse entre nosotros como un régimen irrompible durante los instantes posteriores.

—¿Señor? —Cecile se asomó a la entrada mientras se recolocaba los volantes de su delantal blanco—. El salón ya está limpio, y las sobras de la cena se encuentran guardadas en la despensa. Le sugiero a usted y a la señorita que pasen a la salita de estar para prepararles una taza de té o un coñac.

—Tire las sobras, Cecile —interrumpió Caín en un tono autoritario—. No creo que nadie pueda gastarlas en esta casa. Es demasiada comida para una sola persona. No me apetecería que todo se pudriera en la despensa. Y sobre lo último que ha dicho, no creo que sea necesario que usted prepare nada más. La señorita Hatrice ni siquiera abre la boca para hablar, así que no creo que la abra tampoco para ingerir un brebaje de los suyos.

La criada asintió. Un ligero temblor de su cabeza revelaba sus dudas. Esas palabras fueron de muy mala educación por parte de él.

—Entonces... ¿he terminado por hoy? —inquirió Cecile.

—Sí.

—De acuerdo, señor. ¿Debo regresar mañana a la misma hora?

Caín puso los ojos en blanco. Parecía cansado de tantas preguntas.

—Sí —repitió.

—Bien... Solo una cosa más, señor... Respecto a lo de las sobras, ¿le importaría que me llevara algo en mi cesta de mimbre? Me parece un desperdicio tirarlo, y me sentiría muy agradecida si tengo algo más que dar a mis hijos para comer.

La visitanteWhere stories live. Discover now