Capítulo V: El Mundial de Quidditch (II)

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No les di permiso para debatirlo. Y tuve suerte porque en ese preciso momento una voz potente, entre todos los gritos juntos (que ya parecían susurros para mí), se alzó en grande, con el timbre rebotando por cada rincón del estadio.

¡Sonorus! —le siguió una pausa exuberante. Absolutamente todas las masas estaban bajo su control. Estaba apunto de comenzar— . ¡Damas y caballeros... bienvenidos! ¡Bienvenidos a la cuadringentésima vigésima segunda edición de la Copa Mundial de Quidditch!

Los espectadores gritaron con mucho más fervor, se sacudían al no saber qué más hacer con su cuerpo. Parecía una clase de exitación colectiva, un... ¿orgasmo? masivo. Este pensamiento me causó una risa imparable, que gusté de compartir con Draco y Theo.

Las luces cambiaron su dirección. En el cielo los destellos dorados que presentaban anuncios publicitarios se borraron y cayeron en forma de estrellas diminutas, las cuales se alzaron nuevamente para mostrar el marcador: BULGARIA: 0; IRLANDA: 0.

— Y ahora, sin más dilación, permítanme que les presente a... ¡las mascotas del equipo de Bulgaria! —un enorme bloque de personas de color rojo ondearon sus banderas, cantaron su himno y se regocijaron con hechizos al aire. Todo al mismo tiempo, con la misma sinfonía.

— Me pregunto... —y eso fue todo lo que pude oír de mi primo.

Naturalmente, todo lo que necesité también: ¿Cuáles serán las mascotas del equipo? Esa iba a ser su pregunta, mas la escena vivió un giro radical en cuanto al comportamiento de los espectadores, como él. En la cancha, a la vista del mundo, centenares de veelas comenzaron a bailar a un ritmo caótico, desenfrenado, asfixiante. Automáticamente me cubrí los oídos y alejé mis ojos de las diosas de la belleza con aspecto humano, de su piel reluciente en plateado y la honda de su cabello rubio que soplaba por sí solo de una manera irreal.

Pude observar la reacción desesperada de la gente, hasta cierto punto con lascivia. Draco se hallaba totalmente inmerso en ellas: podía ver sus manos temblar, sus piernas agitarse arrítmicamente. Daba la impresión de que no respiraba, de que estaba a punto de cometer una locura. Si podía permitirme hablar de alguien que se encontrara peor, ese era Theodore. Sus síntomas eran anormalmente deplorables: lloraba. Eso era lo básico y, a su vez, extraño. Lágrimas de sus ojos caían como lluvia mientras que sus pupilas bailaban de un lado a otro, intentando oponerse a las veelas pero, a su vez, cayendo. Tomé su mano automáticamente, la que no estaba apretada contra su boca, claro.

— ¿Qué? ¿Qué tienes? —le pregunté consternada en esos minutos eternos. Tenía que pensar: la mayoría estaban viendo a Dios a los ojos (o eso sentían) pero él... él se veía terrible, devastado, roto.

— ¡QUÉ PAREN, DELTA! ¡QUE SE DETENGAN, POR FAVOR! —se movió impaciente, con rabia, con dolor. Su rostro estaba rojo y fruncía sus labios con muchísima fuerza.

— ¡Madre, madre! —llamé casi con pánico. Ella estaba tiesa en su lugar, con los ojos fijos en la masa agobiada de placer.

Por un segundo (no debí hacerlo) me di el atrevimiento de observar más arriba de mí, más atrás. Hermione estaba llamando a un Harry ausente, que parecía estar alistándose para saltar de las gradas en caída libre. Pff.

Es la primera vez que ve a una veela.

Bueno, eso claramente lo sé ¡Incluso Ron se resiste más que él! ¡Incluso los gemelos! Aunque... Fred no tiene buena pinta...

¿Qué sucede, cariño? —escuché la respuesta de Lyra, quien atisbó a Theo con horror— . ¡Está teniendo un ataque de pánico! —exclamó, siendo escuchada por mí y, a los pocos segundos, por Draco, quien finalmente volvió en sí.

Sirrah Black & el Torneo de los Tres Magos | SBLAH #4Where stories live. Discover now