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Harry había sentido rabia cuando averiguó que ella había huido. Un miedo puro lo había llenado, una parte de su alma se había roto ante el pensamiento de nunca tocarla, de nunca probar su suave carne otra vez. En unos pocos días ella se había hecho parte del aire que respiraba. La parte instintiva de su cerebro había gritado negándolo y la parte humana de su alma había rabiado de dolor.

Cuando la encontró, arrodillada en el suelo, con aquel jodido león a solo unos pies de ella y cauteloso como una bestia enjaulada, había sabido entonces que tendría que hacer algo, algo para convencerla de que la vida sin él los destruiría a ambos.

Entonces usó lo que tenía. El placer que podía darle. El calor que la consumía, y el pequeño borde de dolor que él sabía que hacía a sus sentidos ascender como un cohete y a su cuerpo convulsionarse con la liberación.

Lo que esto le hacía era asombroso. Nunca había conocido tanto placer por el simple hecho de dárselo. El arco de su cuerpo, la capa de transpiración sobre su piel, el sonido de sus roncos gritos resonando alrededor de ellos. Hacía que cada toque, cada susurro de piel sobre piel fuese más excitante que el toque más experimentado que él hubiese recibido jamás.

Conducirla más alto era todo lo que importaba. Probarla, darle placer, era su única preocupación.

Y maldito si ella no sabía bien. Sus labios se movieron de pecho a pecho, amamantándose suavemente, con fuerza, azotando con su lengua en su pezón erecto hasta su punto máximo mientras él levantaba la vista hacia ella, mirando mientras ella resbalaba más y más profundamente en la sexualidad pura del acto.

Ella se deshacía en sus brazos, y él lo adoraba.

Mientras su boca seguía torturando y atormentando sus pequeños pezones apretados él pasó una mano a lo largo de la parte interior de su muslo, sintiendo que esta se tensaba al llegar más cerca del abrasador calor de su sexo.

Sus dedos se deslizaron por la raja superficialmente, un gemido salió de su garganta con el grito estrangulado que salió de ella. Ella era miel dulce, lo bastante caliente como para chamuscar sus sentidos, su olor acalorado le hacía la boca agua por sólo probarla.

Cuando él alcanzó el brote inundado de su clítoris, levantó su mano, entonces acarició el montículo hinchado firmemente. Sus caderas corcovearon mientras gritos suplicantes llenaban el dormitorio.

¾Oh Dios, Harry, juro. Lo juro... —gritó ella—. No huiré otra vez. Lo juro. Por favor haz algo...

—Pero si hago algo. Él jadeaba para tomar aliento, consumido por el hambre por ella que no tenía ningún deseo de negar.

Él acarició su sexo sensible otra vez, sabiendo que necesitaría muy poco para activar el disparador palpitante de su clítoris. Ella estaba tan lista para culminar que hasta su sexo temblaba con la necesidad.

—Harry...—Su voz se redujo a un temblor, gritando sin aliento—. Lo juro. Lo juro...

—Shhh, nena —susurró él, su boca se movió de sus pechos a su húmedo abdomen y luego bajó—. Sólo disfruta de ello, Manda. Sólo déjame hacerte sentir bien.

Su lengua rodeó su palpitante clítoris, el gusto de ella se le subió a la cabeza como la droga más potente. Ella era tan dulce, tan caliente y resbaladiza por sus líquidos que era como hundir su lengua en azúcar derretido mientras él la empujaba en los límites aterciopelados de su coño.

Él sabía lo que iba a hacer. No es que lo hubiera planeado, o incluso realmente considerado, hasta que ella huyó de él. En ese momento él se había dado cuenta de que ella estaba en la montaña y se había colocado en un gran peligro, Harry sabía exactamente como imprimiría su sumisión en su mente y su corazón.

Alma profunda (H.S)Kde žijí příběhy. Začni objevovat