IV

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<<¿Dónde mierda está Audrey?>>

Se notaba la inquietud en los movimientos de Cate, que se hallaba desesperada por hallar a la misteriosa mujer que la había salvado la noche anterior.

El Café Cosmopolitan siempre se llenaba de bellas mujeres que cautivaban la mirada de quien pasara por la acera de en frente. Era claro que la dulce voz de Audrey no se hallaba por ningún lado y, en definitiva, ella tampoco.

—¡Cate! Ahí estás. Tanto rato buscándote—habló como si la conociera desde hacía mucho tiempo y la abrazó—Al fin has llegado.

La cara de la mujer le pareció conocida e inmediatamente se acordó de las circunstancias en las cuales la había conocido.

—Eem... hola, Audrey. Lamento mucho lo de anoche. Fue realmente un error.

—Já. No hay nada que lamentar, linda. A todos nos ha pasado alguna vez. Ahora dime, ¿Qué quieres pedir?

—No deberías...

—Todo lo de hoy correrá por mi cuenta—interrumpe—. No te preocupes de gastos. Debe de haber sido una noche larga para ti.

Se mostraba tan amable y servicial. Le encantaba el modo en que expresaba sus palabras y como hilaba cada oración, pues era muy locuaz.

—Me gustaría un moccha. Si no fuera mucha la molestia...

—Oh, no, Cate, querida. Claro que no es una molestia.

Le agradaba la forma de su cara, que era de una simetría perfecta en cuanto a ojos y boca. Con la nariz fina y unos dientes drásticamente derechos.

El pelo sedoso, la piel tersa y los senos pequeños, le daban un aspecto juvenil, casi adolescente.

—¿Cuántos años tienes, Cate?

—Treinta y cinco ¿Tú?

Audrey la miró fijamente y le dijo:

—Adivina.

Catherine se impresionó ante aquel desafío y comenzó a echar edades. Veintinueve años, treinta años, en fin. Siempre menos años que ella.

—Cuarenta y dos.—respondió al fin.

Inmensa fue su sorpresa ante aquella declaración que la dejó anonadada. Era imposible que Audrey tuviera esa edad dadas sus características físicas y el carácter del cual era dueña.

—¿Qué haces para sobrevivir?—preguntó Audrey.

—Soy editora de novelas—rió Cate, nerviosa—¿Y tú?

—Secreto. Algún día te lo diré.

"Brrr"

Había sonado el chat nuevamente. Esta vez desde su iPhone.

"OsoCariñoso te ha enviado un mensaje"

—Oh, ¿Qué fue eso?—preguntó Audrey.

—Un chat. Desde hace algún tiempo he estado involucrada en ello.

Continuaron conversando el resto de la tarde hasta que se puso el sol y el café se hallaba vacío totalmente. Audrey pidió la cuenta y la pagó sin quejarse del exuberante costo que había tenido todo aquello. Realmente nada importaba si se pasaba una buena tarde junto a alguien agradable.

Conversar todo el día con alguien desconocido es una experiencia placentera y llena de aventura. Eso explicaba perfectamente la sensación que le había dado conversar con Audrey Allen.

Ambas se retiraron a sus hogares lentamente y se despidieron amistosamente.

***

Los mensajes de OsoCariñoso seguían llegando. Pero ella no los quería responder puesto que estaba agotadísima de todo aquello de Don-Aristo y sus calamidades.

Se echó sobre su cama.

Pero el teléfono seguía sonando.

Aburrida ya de todo aquello, se levantó y leyó los mensajes que había recibido.

—Hola—decía, multiplicado por mil.

No pensó ni un segundo en responderle. Estaba ya harta de los chats y había decidido hacía unos minutos acabar con todo eso. Pero, como si se tratara de una droga, saludó a OsoCariñoso.

—Hola.

"...OsoCariñoso está escribiendo..."

— Te demoraste bastante en responder, linda.

— Lo lamento. Estaba ocupada.

—Me imagino(: ¿Quieres hacer algo sucio?

Las mejillas de Cate se ruborizaron al leer aquello.

—¿Algo sucio como qué?

—Tú ya sabes a que me refiero ;)

Cate cierra el chat inmediatamente.

¿Debía cerrar su cuenta? No abrir sesión nunca más parecía una buena opción también.

Pero no. No podía dejarlo.

De eso se trataba estar soltera. De ligar y ligar como loca sin pensar en las consecuencias que podría traer algo así.

  

  

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⏰ Last updated: Nov 15, 2017 ⏰

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Exilio InteriorWhere stories live. Discover now