I

30 11 0
                                    

No sabía cómo afrontar la situación ¿Debía llamar a la policía? ¿Debía volver a hablar con Don-Aristo y preguntarle qué había hecho? No le dio ni siquiera para poder gritar.

—Dios Mío—se dijo—¿Quién mierda hizo esto?

Cate marcó al 911 y les dijo que debían llegar enseguida a su casa.

—¡Un hombre dejó a un animal muerto en el porche de mi casa!

—Señora, cálmese por favor. Enviaremos a una patrulla enseguida.

Comenzó a caer una suave llovizna sobre el vecindario. El teléfono suena.

—¿Aló?—contesta Cate.

—Hola, Cate.

—¿Quién es?

—Adivina.

Ella mantuvo el silencio largo rato hasta que la voz volvió a pronunciarse.

—Te estoy observando, Cate.

—¿¡Quién eres!?

—Don-Aristo—rió.

Ella corta el teléfono y un escalofrío recorre su cuerpo. Don-Aristo conocía su nombre real y tenía su teléfono. Ella no sabía si se trataba de una broma de mal gusto o si, simplemente, era un acosador real.

Y eso era lo que más le aterraba.

La policía llegó cerca de las ocho de la noche, cuando ya había caído la oscuridad. El gato seguía allí.

—Señora, cálmese—le dijo la mujer policía.

—¿Cómo quiere que esté? ¡Hay un gato muerto en la puerta de mi casa! Además, este tal Don-Aristo dice que me está observando ¿Cómo pretende que esté? ¿¡Cómo!?

—Señora, dejaremos una patrulla fuera de su casa para cerciorarnos de que no haya ningún acosador, como dice usted.

La llovizna se intensificaba y no dejaba de mojar su jardín.

—¿Está casada?

—Divorciada. Pero mi ex marido está muerto.

—Lo lamento, señora—dijo la policía, empáticamente.

—No importa.

***

No podía dormir tranquilamente sabiendo que había un hombre que la acechaba afuera. No deseaba ni siquiera meterse al chat, ni a facebook.

Pero no era la primera vez que le sucedía algo parecido.

Su ex-marido, Albert, había muerto hacía ya dos meses en una situación completamente inexplicable: su moderno apartamento en el centro de Winnipeg se había incendiado sin razón aparente. Lo raro de aquel caso fue el hecho de que la combustión comenzó en la pieza del hombre, específicamente en su cama.

Los bomberos indicaron que no se debió a una falla eléctrica. Tampoco se encontraron rastros de algún combustible que haya podido ocasionar dicho incendio. Sin embargo, Cate fue inculpada por la familia de Albert debido a "sus celos enfermizos". Al final, el caso fue cerrado al poco tiempo después, dada la poca contundencia de las pruebas.

—Ella era una loca celópata—dijo la madre de Albert en una conferencia de prensa.

Después de su muerte, comenzaron los mensajes extraños; las amenazas y las llamadas. Pero nunca, nunca, le habían hecho algo que se asimilara a lo del gato muerto en el porche.

Se agarraba la cara, se halaba los pelos de la cabeza en señal de desesperación. Literalmente no sabía qué hacer con su vida en esos momentos de horror que la atormentaban.

El vecindario se caracterizó siempre por la tranquilidad. Los policías jamás habían hecho una parada allí salvo para patrullar a los niños que jugaban en el parque, aunque aquello era totalmente innecesario. La señora McKenzie observaba con detención la escena y notaba la desesperación de Cate.

—Cate, linda, ¿Qué sucedió?—preguntó la señora McKenzie mientras se acercaba lentamente hacia la casa de Cate.

—Han estado acosándome últimamente y ya estoy aburrida. No tuve otra opción más que llamar a la policía.

La anciana dudó un rato respecto a lo que le había confesado Cate y pensó en lo perseguida que era al creer que la estaban acechando. Lo que no sabía era que aquella situación era algo realmente grave. Y por grave, me refiero a demasiado grave.

El rostro de Cate se oscureció al ver a un hombre al cual jamás había visto. Un hombre con chaqueta larga y sombrero que la miraba fijamente mientras pasaba por la calle.

—¿Que sucede, Cate? Te ha cambiado la cara.


Exilio InteriorWhere stories live. Discover now