1. La chica del café

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Para variar, aquella tarde decidí tomar un descanso de ella y lo que fuese que me invitaba a descubrir sus secretos. Con los chicos quedamos de ir a la pista de hockey, estaba más que seguro que sudar y correr sobre el hielo sería suficiente para regresar a la rutina que ella deliberadamente interrumpió.

Cuando por fin Erik se dignó a llegar montamos el carro de Peter. Era temporada de invierno y teníamos como misión disfrutarla al máximo antes de que las clases comenzaran. De correr con suerte esperaba que tener a los chicos gritando y persiguiendo un disco devolviera mi cabeza a donde debe estar. Una vez más, no fue lo que conseguí.

— ¿Hay espacio para tres jugadores más? —vociferó Adler captando nuestra atención desde la banca

— ¿Tres? —busqué a su lado el tercer jugador además de Adler y Edward, tan solo para encontrarla a ella colgando del brazo del rubio.

— ¿No crees que es muy rudo para ella? —fue Peter quien se acercó retirando la máscara protectora de su rostro—. No quiero que la pequeña salga lastimada.

Dios bendiga a Peter y su habilidad de decir lo que pienso con palabras más bonitas. Su don evita alrededor de un dos por ciento el que diga los abruptos que mi mente fórmula sin filtro alguno.

—Créeme, Pete, es más probable que el lastimado seas tú —intervino Erik pasándole una de las máscaras a Valeria—. Además, es solo un juego amistoso.

— ¡¿Es en serio?! —repliqué— ¡Es una chica! no quiero ser responsable de sus dientes rotos ni mucho menos llevarla a emergencias.

—Tal parece Harry tiene miedo de perder contra una chica. —dijo Peter burlón.

— ¡Se lastimará! —abrí los brazos hacia ella como si no fuera obvio.

—Creo poder manejar un palo de hockey. No te ofendas, pero no creo que este deporte sea tu fuerte —agregó ella colocando la máscara sobre su rostro—. Además, ¿Qué es un poco de hielo?

—Bien. Espero tampoco te moleste tenerlo entre los ojos.

—Cuidado, Harold —me advirtió Erik, a lo que respondí con un leve encogimiento de hombros y una expresión despreocupada.

El marcador iba empatado 3-3 con Peter, Adler y Valeria contra Erik, Edward y yo. Las voces de los chicos repercutían con euforia, un punto más y ganaríamos. A pesar de todo resultó ser tan relajante y liberador como esperaba. Valeria resultó ser decente en el juego, lo suficiente para anotar uno de los 3 puntos.

—No te dejaré —amenazó ella con una sonrisa competitiva en sus carnosos labios, pálidos por el frío, una línea torcida se hizo presente en los míos y como pude traté de abrirme paso; patinamos hacia el centro de la cancha en busca del disco y la sonrisa que se daba lugar en mi rostro no podía ser más burlona y ególatra. Sus patines chirriaron y antes de poder hacer algo robó el disco de mis manos haciendo que mi cara se estampara contra la pista, enviándole el pase a Peter quien anotó el punto ganador.

—Buen juego —tendió su mano frente a mí, sonriente y jadeante.

—Igual —arrastré las palabras, rechazándola.

—Disculpa a mi amigo, Val, es un neandertal sin modales.

—Descuida, Pete. No es novedad.

¿Puedo llegar a ser más patán? Seguramente sí. El tono en su voz me obligaba a dar media vuelta hacia atrás y pedirle disculpas, pero mi orgullo como siempre era más fuerte que yo y solo seguí. Me sentía como un niño en cuarto grado enamorado, sentía desconcierto, un tanto de rabia y un poco de intriga, podría compararlo a la vez que me enamoré de una de las hermanas Adler en tercer grado y como resultado pegué goma de mascar en su cabello, pero no, Valeria me provocaba más que pegarle goma de mascar, mas no tenía la mínima idea de qué.

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