XXIII

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En un balcón de la gran mansión Andley en Chicago, una mujer muy hermosa de cabellos rubios y ojos esmeralda miraban con cierta preocupación como los delicados pétalos de rosa que alguna vez fueron cultivadas por Anthony Brown, se dispersaban por doquier.

Una vez había sucedido algo muy similar: en la muerte del mismo joven. Su corazón sentía algo muy extraño, no era una corazonada que le doliera cuando la sentía, todo lo contrario sabía que se aproximaba algo muy malo pero en cierta forma la hacía sentír un poco feliz. Recordó como hacía un día había tomado el teléfono y llamado a un hombre que era sumamente especial para ella; al que le dijo miles de cosas que no eran lo que esperaba, ella sí quería estar más tiempo con él, pero sabía que eso afectaría muchas cosas.

Anthony y Darlene corrían tratando de alcanzar unos cuantos pétalos, sí es un espectáculo emocionante para los pequeños, más sin embargo para los adultos no lo es tanto. Todos saben que la caída de esos pétalos puede significar muchas cosas, y en especial una sola que prefieren ignorar.

Sin poder evitarlo, Candy pensó en todas las cosas buenas y malas con Terry. Cuando se conocieron en el barco, y después se hicieron más que amigos en el colegio San Pablo; él fue su primer poseedor en todos los sentidos: beso sus labios por vez primera, su cuerpo también. Las separaciones hicieron de Candy más fuerte en todos los sentidos, aunque menos en lo sentimental.

Miró nuevamente a Anthony y penso en que hubiera pasado si Terry jamás la hubiera dejado, si jamás se hubiera casado con Elliot. O... Si no hubiera pasado nada aquella tarde de Agosto en Lakewood. Movió la cabeza para alejar esos pensamientos y se centro en todos los días al lado de su esposo e hijos, ella no cambiaría nada de eso. Ama a Elliot, pero el sentimiento no era como ese amor de juventud profesado aun al actor.

Se idealizó dentro de muchos años mas adelante, al lado de Elliot criando a sus nietos. Esperando la boda de su hijo, sí es niño y llevará el nombre de sus abuelos Henry William. De pronto en su mente apareció el sueño que la ha venido atormentando desde hace varios días.

Ella está encadenada, ocurre un accidente y Terry muere, Elliot queda en coma durante diez años. Imagino como sería la vida sin su marido; verlo en una cama en estado de coma, pensó que moriría al verlo así, o peor aún que el ocupará el lugar de Terry... Que muriera... Volteó abruptamente al pensar en la muerte de su esposo, y con la sola idea se sentía desfallecer.

"Elliot jamás haría eso... Jamás. Es muy fuerte, y me ama, hace muchos años me ha jurado que jamás me dejara sola, nunca lo hará y confío en él." se decía con la respiración agitada por la idea siniestra que cruzó por su cabeza.

—¿Estas bien?... —Mi amor que tienes?—pregunto Elliot preocupado por como había encontrado a su esposa, respirando con dificultad.

—Estoy bien... Elliot ¿verdad que jamás me dejaras sola?— pregunto temerosa y temblando de pies a cabeza.

—Jamás te dejare, pequeña viviremos tu y yo juntos muchos años. Verás que dentro de veinte años estaremos organizando una linda boda donde Anthony será el novio— Dijo para calmarla aunque un sentimiento extraño embargo al joven, le aprisionaba el pecho con tanta fuerza que lo hizo bajar la sonrisa y comenzó a temblar mientras el aire del balcón entraba a la alcoba.

—Gracias... Gracias Elliot por todo, yo tampoco te dejare lo juro por mi vida—Dijo y lo beso. Ambos estuvieron así durante mucho tiempo pero ocultando los sentimientos que los atormentaban internamente; aunque no sólo a ellos dos si no todos los miembros de la familia Andley, la familia Green y amigos más cercanos a Candy y Elliot, también sentían que algo iba a pasar aunque jamás se imaginaron cuán grave sería. ¿Cuanto daño podría causar una imprudencia de personas que actuarían por impulso? o... ¿Que precio pagaría ese impulso?

Palabras del corazón Donde viven las historias. Descúbrelo ahora