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El tren llego a su destino de una manera exitosa. Candy y Elliot fueron directo a la casa que él había comprado, la cual quedaba bastante cerca del mar.

El carruaje no tardó mucho en llegar a su destino, los jóvenes del servicio que el joven había contratado para que le fueran de mucha ayuda en casa, fueron los encargados de bajar las maletas que se encontraban en la parte trasera del carruaje. Los dos jóvenes bajaron cuidadosamente del transporte y se detuvieron a observar la maravillosa vista nocturna que les ofrecía Florida encima de su preciosa casa.

Había una alberca iluminada por una luz que hacía ver un color más claro del agua, y las luces amarillas que alumbraban el pasillo fuera de la casa, donde había pilares muy grandes para sostener la construcción. También encima de la alberca había un pequeño puente de piedra y el demás patio delantero también era de piedra, Candy de inmediato se metió en la casa. Al entrar en una de las habitaciones que tenía un corazón gravado, deleitó la maravillosa vista de las olas del mar chocando en la arena fina.

El gran ventanal transparente daba una apariencia más moderna a la casa, el sol comenzaba a ocultarse y el ocaso era una verdadera maravilla. Ese espectáculo hizo que la joven rubia se sintiera más feliz y más reconfortada, como si tuviera un efecto mágico para hacer cambiar de ánimo a las personas.

Elliot tomo sus hombros hundiéndose también en los colores y el agua del mar que se escuchaba tan exquisitamente. Los dos estuvieron en esa posición por horas que parecieron interminables, pero traían consigo una sensación de paz y tranquilidad.

—Vamos a cenar te invito— le dijo a la joven que despertó de su ensueño.

—Si... Pero quiero admirar este espectáculo que se me otorga a tu lado— le contestó sonriendo sin desviar la mirada de la ventana.

—¿Sabes que tenemos una vida entera para disfrutar juntos este bellísimo espectáculo de un atardecer y un amanecer en el mar, verdad?— pregunto cariñosamente.

—Si pero cada día es distinto y ahora quiero disfrutar este día a tu lado— respondió viendo a sus ojos.

—Si yo igual pero ya tengo bastante hambre— le dijo y con esto la convenció.

—Bueno si... Creo que yo también—respondió sonriente.

—De seguro este niño también ya debe tener hambre— contestó tocando delicadamente el vientre de Candy.

—¿Niño?— pregunto con un brillo en sus ojos.

—Si... ¿Sabes? creo que es niño— afirmó con una sonrisa de oreja a oreja.

—Eso espero... Vamos a comer— Dijo y se fueron juntos a un restaurante muy elegante y donde la comida era exquisita.

La noche paso rápidamente y los jóvenes se sumieron en un sueño profundo, donde revelaban sus verdaderos sentimientos a su alma que trataba de negarlos durante la luz del día.

El amanecer llegó y Candy aun no se levantaba, mientras que Elliot estaba recargado en el barandal del balcón que tenía su habitación. El joven sentía como la brisa del océano chocaba en sus mejillas, así como hacia que su cabello ondeara con el mismo ritmo.

Esa misma brisa fue la que llego hasta la cama y acarició delicadamente el rostro de Candy qué poco a poco fue abriendo sus ojos verdes. Los cuales al despegarse completamente de sus párpados, se fijaron en una sola figura masculina, era Elliot. Ella lentamente se levantó y fue a tomar por la espalda a aquel hombre con el que se habia encariñado mucho desde su boda.

—Hola— saludo Candy dulcemente.

—Hola—le dijo él y la beso en los labios delicadamente.

Palabras del corazón Donde viven las historias. Descúbrelo ahora