Capítulo 25

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Todavía no había amanecido cuando llegué a la explanada, las estrellas brillaban en el cielo y pronto empezarían a difuminarse para dar paso a un nuevo día. Me pregunté si mañana vería amanecer de nuevo, si vería ver salir el sol por el horizonte. Me senté en el borde del acantilado con mis piernas colgando y empecé a cantar... cantaba aquella vieja nana que nos cantaba mi abuelo, aquella canción de guerra y sangre de los dragones. Oía movimiento a mis espaldas, dentro de poco los criados se acercarían para darme mis armas. Hoy era el día de la ofensiva, hoy atacaríamos a las lagartijas y a los monjes. Durante el día de ayer habíamos estado preparando el ataque hasta tarde, me había ido a dormir sola porque el Rey se había quedado ultimando detalles, no le había visto todavía. Me miré las manos, aquella pequeña cicatriz que me quedó tras herirme en el dedo cuando era pequeña hacía mucho tiempo que había desaparecido, me parecía como si aquella persona también hubiese desaparecido hace mucho tiempo, ya no recordaba la última vez que me referí a mi misma como Senda Craine, ahora era Senda...

- Hija de Morlan - me dijo uno de los criados - es la hora.

Me levanté y fui hacia mi sitio, mi preceptor estaba allí esperándome, le extendí la mano con la carta.

- Senda, será un honor guardártela, como siempre - asentí.

Vi que Draco se acercaba y le hice el saludo protocolario al llegar a mi altura, había vivido tantas veces ese momento... Me pregunté cuántos de nosotros volveríamos a vivirlo de nuevo, cuántos de nosotros ya no estaríamos para hacerlo.

- ¡Preparaos! - dijo uno de los Jinetes. Respiré profundamente y subí sobre Draco.

El Rey apareció al poco tiempo, me miró con intensidad, hoy no había lugar para besos.

- ¡Enlazad! - extendí mi brazo abarcando a todos los dragones y jinetes.

El cielo se plagó de dragones volando, abajo, haciéndose cada vez más pequeño quedó el castillo.

Volamos atravesando el mar, llegamos a la cadena montañosa y les dirigí hacia el lugar que habíamos visto el día anterior. No se veía tanto movimiento como ayer, estaban dentro. Draco y yo seríamos los primeros en entrar, luego debería de conducir al resto hasta el corazón de la montaña para matar el máximo número de lagartijas, otros se quedarían fuera para matar todo aquello que saliese de las madrigueras.

- ¡Ahora! - gritó el Rey.

Dracó descendió a gran velocidad hasta uno de los agujeros más grandes, cortando las nubes y amparándonos en la oscuridad de la noche cruzamos el cielo como un proyectil, cuando llegamos al agujero se transformó en semihumano y frenó en seco, caí despedida contra la pared y me golpeé, estaba bien, solo un golpe. Draco se deshizo de los guardias en silencio. Toque la pared y tracé un mapa de la ciudad subterránea en mi mente, veía a las lagartijas pero no a los monjes, solo podía descartarlos por lo que las zonas oscuras donde mi conexión no veía nada debían ser los monjes. Di las órdenes a los demás y entraron por los túneles que les indiqué. Monté en la espalda de Draco como si fuese una niña pequeña montando a caballito y nos lanzamos por el túnel a toda velocidad. El ataque fue fulminante, llegamos hasta un amplio espacio y Draco otra vez convertido en dragón lanzó toda una bocanada de fuego que comenzó a derretir las paredes y a cualquier ser que pilló delante. Sentía como los demás hacían los mismos con los otros túneles. Sellamos con piedra todas las aperturas de las distintas cámaras donde se encontraban los monjes, luego derritieron parte de la tierra hasta formar una costra y así encerrar en vida a aquellos seres miserables. Las rocas me seguían indicando un camino, se lo grité a Draco, las lagartijas no tardaron en venir y comenzamos a luchar contra ellas, cada vez era más alto su número.

Trilogía Jinete de Dragón: Aprendiz de Jinete (I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora