6. Kaleb.

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Mi vida dio un profundo giro durante las siguientes semanas, cuando Jos dejó muy claro lo que significaba "ser suya"

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Mi vida dio un profundo giro durante las siguientes semanas, cuando Jos dejó muy claro lo que significaba "ser suya". No lo veía a diario, de hecho, en todo ese tiempo sólo me enfrenté a él en una ocasión, un par de minutos. Sin embargo, sabía que siempre estaba ahí y yo vivía con ese temor.

La policía era incompetente, tanto, que ni siquiera tenía en sus registros al susodicho. Fui una jodida broma para ellos cuando intenté denunciar al psicópata, como si me hubiese inventado una historia fantástica e imposible.

Lloré de impotencia aquella tarde, pero sabía que todo quedaba sobre mis hombros. Yo debía deshacerme de él personalmente, y lo más sencillo, era intentar ignorar que él estaba ahí. 

Ahora, nos encontrábamos a finales de noviembre. El ambiente navideño no podía estar más presente, el aroma de los pinos, la nieve, los adornos, entre otras ridiculeces. La mayoría de las personas amaban la época, y digo, es bastante válido; amor, paz, felicidad, villancicos, cenas navideños y regalos. Pero, definitivamente, no era lo mejor para mí; no desde aquella navidad en la que mis padres decidieron darme la cruda noticia de su divorcio.

Ya no gustaba de la época navideña en lo absoluto.

─¡Anda, Sky! ─rogó Felicia, al punto de casi llevarme a rastras.

─¿Por qué no me puedes permitir dormir toda la tarde? ─solté cómodamente entre las calientes sábanas de mi cama.

─¡Porque si no hacemos compras navideñas ahora, todo se acabará! ─exclamó totalmente desquiciada.

─Oh, tienes razón. Sería una tragedia mundial, auxilio ─dije con pereza y un ligero toque de sarcasmo.

Ella bufó y cruzó sus brazos, mirándome como si fuese la mismísima tragedia mundial.

─Tu nivel de grinches evolucionó desde la última navidad que pasamos juntas.

─Cuando la vida te trata mal, ni siquiera Santa Claus lo mejora. ─Sonreí y prendí el televisor.

─Arriba, ¡ahora! ─ordenó, apagando mi televisión desde el botón.

Por supuesto, terminé como su acompañante en el pequeño centro comercial del poblado; nadie jamás podría decirle que no a esa mujer.

Cansada y aburrida, después de visitar varias tiendas, decidí esperar sentada en una de las bancas mientras Fel buscaba el obsequio perfecto para su papá.

─Hola, vida mía ─escuché un grueso susurro por detrás.

En realidad, era una voz que ya no me sorprendía.

─¿Qué quieres? ─solté hastiada, manteniendo mi mirada hacia el frente.

─Te vigilaba un poco y, como te vi tan sólita, quise venir a rescatarte del aburrido plan de sábado por la tarde de Fel. ¿Qué dices? ─preguntó con entusiasmo, tomando asiento a mi lado.

Eres MíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora