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Siete meses después

Toqué un par de botones en la máquina y la cinta comenzó a moverse con más velocidad, a la par que mi respiración. Había aprendido a dejarme llevar por mis piernas, pero no controlaba aún del todo la conexión entre la boca y nariz al tomar aire. Era frustante tener que controlar por dónde debía expulsar el oxígeno, pero necesitaba aprender si no quería tener luego dolores en las costillas. Suena rídiculo pero era bastante importante.

Suspiré y con la palma de mi mano aparté el sudor de mi frente, evitando que cayera a mis ojos. Cerré estos dando a ciegas al botón que aumentaba la velocidad una vez más y permanecí corriendo, escuchando a Srkillex por los auriculares.

Cualquiera que me viera creería que me preparaba intensivamente para un maratón o algo por el estilo, pero era en realidad un reto individual que iba más allá de una carrera. No iba a correr, ni mucho menos, solo quería fortalecerme tanto moral como físicamente.
¿Cómo me ayudaba aquello a mejorar mi ánimo? Fácil. Me ponía metas, y cuando las superaba sentía que era capaz de cualquier cosa.
No solo corría, a veces también iba a unas clases de boxeo para soltar la rabia.

Estábamos en Julio, lo que implicaba que ya había acabado segundo de carrera. No había resultado tan difícil como me habían contado años anteriores. Mi media fue de un ocho, nada mal para estar dónde estaba.

Aún con los ojos cerrados noté que la velocidad bajaba. Abrí rápido mis orbes para ver a Arboleya en frente de la máquina bajando la velocidad. Me sonrió de medio lado en gesto de que quería que hablaramos.

—Aiben.

—Ainara para ti...—bromeé quitándome los cascos con la respiración agitada.

—Qué graciosilla—revolvió mi cabello castaño—. Es que como ya ha acabado el curso no nos vemos nunca y quería que fuéramos luego a comer al Burger King de siempre.

—Así no es como debe cuidarse un deportista como tú, profesor—dije aún burlándome estirando los músculos del brazo.

—He pensado que podríamos ir a la piscina del gimnasio a nadar, ahora con el calor de Julio.

—Como quieras—tomé una botella y bebí agua.

—Te esfuerzas mucho...

—Ya empezamos con eso.

Nos quedamos unos segundos callados, mirándonos el uno al otro esperando a que alguien hablara.

—Estoy bien—dije al fin.

—Lo sé pero...—rió—. Bueno, sigue así pequeñaja.

—Siempre supero mis metas, profesor.

Recogí mis cosas para ir a los vestuarios. Ya allí me di una ducha. Mientras el agua se deslizaba por todo mi cuerpo relajando mis músculos, la imagen de Rubius vino a mi cabeza.

El día anterior subió un vídeo y yo lo vi ignorando todo lo que nos había ocurrido. Y es que no nos había ocurrido nada. La gente se distancia, pero por eso no puedes odiarla. Yo no podía odiar a Rubius, ni mucho menos. Rubius era mi ídolo.

Al salir del gimnasio, Arboleya se encontraba hablando con una chica. No estaba muy contento. Sería Erena.

—¡Ainara!—saludó la rubia lanzándose a abrazarme.

Ainara (R.d.g) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora