22

665 53 5
                                    

Era el día. Volvería a Ourense.
Debería de estar feliz los últimos momentos con Rubén y disfrutarlos cuanto pudiera, exprimirlos y sacar de ellos todo lo posible. Pero no era capaz.

Llevaba un tiempo pensando en el otro Rubén y, aunque no debería de ser algo malo, era desagradable, incómodo y poco sano para mi cabeza. Arboleya me atraía muchísimo y Rubius ocupaba una gran parte de mi corazón y le quería lo no escrito, aunque era incómodo todas esas veces en las que el youtuber me hacía algún cariño y me pillaba pensando en mi profesor, simplemente porque ya conocía lo suficiente mis propios sentimientos como para saber que deseaba en lo más profundo de mí que los finos y rosados labios de Rubén, fueran los carnosos de mi maestro. Rubius no pareció notarlo, menos mal. No sé quién se sentiría peor: él siendo rechazado o yo rechazando a mi ídolo y pilar en los últimos años. Sabía que en ese momento todo se desvanecería, lento como un atardecer haciéndolo más doloroso.

Íbamos caminando hacia Atocha. Lara y Tamara andaban gritándose como era usual unos pasos delante de nosotros. Rubius y yo íbamos de la mano. Él había intentado obligarme a tumbar mi cabeza en su hombro, cosa que era imposible ya que mi coronilla quedaba algo por debajo de su hombro y no podía ni apoyar la frente si quisiera.

Me había parado a pensar qué pasaría si un fan nos veía de esa manera: caminando con caras de estúpidos enamorados por pleno centro de la capital, tomados de las manos y juntando lo máximo posible nuestros cuerpos. En realidad Rubius era el que la mayoría de veces tiraba de mi brazo para que rodeara su cintura con mi extremidad, aprovechando él también para rodearme con sus largos brazos y acariciarme con parsimonia y delicadeza, como si fuera a romperme en mil pedazos si apretaba un poquito. Se notaba que no quería que me fuera.

Llegamos a la estación y, antes de entrar al subterráneo, eché una
mirada a la glorieta del emperador Carlos V, una última mirada al postrer lugar que había pisado de Madrid, sintiendo en el fondo de mi alma que la próxima vez que en mis globos oculares se reflejara aquella imagen todo sería diferente, ¿por qué sentía eso?

Alguien tiró de mi mano. Giré rápido mi cabeza haciéndome algo de daño en el cuello, pero la pequeña punzada de dolor desapareció de inmediato cuando mis ojos conectaron con los de Doblas. El mundo se paró. De los ojos de Rubén salían millares de cosas imperceptibles para cualquier mortal, excepto para mí. Colores hermosos brotaban de ellos, jugando divertidos con la tonalidad de sus pardos y haciéndome pensar que estaba loca. Loca por él. Pestañeé pensando que había entrado en una especie de trance y me dejé llevar.

El tren estaría a punto de llegar cuando Rubius me habló por primera vez desde que habíamos pisado la estación. Su voz sonaba ronca y profunda, seria.

—Ainara, ¿qué somos?

Mis mejillas tenían la tentación de teñirse de color similar a mi cabello. Había formulado la pregunta, esos preciosos labios habían soltado en un suspiro la pregunta y mi nombre, que sonaba más dulce que nunca.

 —Rubén, ¿qué somos?—repetí su pregunta con fingido aire despistado, haciendo como que la cuestión había salido por voluntad propia de mi inconsciente.

 —No... No lo sé—rió nervioso—. Yo te quiero Aiben, no voy a negar algo que te dije el segundo día que nos vimos.

—Yo también te quiero...—murmuré sin mirarle y asintiendo lentamente con la cabeza, torciendo la boca.

—No quiero una relación seria contigo, y mucho menos a distancia porque sé de primera mano que es horrible—posó su mano en mi rodilla.

Moví mis ojos hasta su mano con marcadas venas. La piel que estaba tocando, a pesar de que estaba bajo la tela de mis vaqueros negros preferidos, se encontraba totalmente en alerta. Pequeños calambres brotaron desde sus dedos hasta las plantas de mis pies, agitándome, haciéndome sentir débil y pequeña...

Pero contenta de estar bajo su tacto.

Sonreí y entrelacé nuestros dedos con rapidez, cargándome de valor para mirarle a los ojos una vez más.

—He tenido las mejores vacaciones de mi vida—dije con una sonrisa en la cara, pero con lágrimas (de júbilo, claro) en mi corazón.

—Aiben, si me besas me haces el influencer más feliz del mundo—reímos y le di un pequeño beso, presionando mis labios con delicadeza—. No te he dicho esto antes porque no quería que tuviéramos nada...—susurró a milímetros de mi boca.

—Esto...

—Dicho así suena bastante mal—se alejó rascando su nuca nervioso—. Me refería a que no quería algo verdaderamente serio aún porque... Por todo, no sé. Yo te quiero y sé que tú me quieres también pero siento que no deberíamos hacer de esto algo serio porque no se me da bien y aún menos a distancia porque ahora te vas a tu casa en Galicia dónde seguramente hay chicos guapos universitarios e inteligentes y a mí se me insinúan muchas mujeres y yo sé que tú no me traicionarías pero yo...—tapé su boca.

—Te entiendo, pesado—quité mi mano—. Yo tampoco querría una relación así pero... ¿Y si vuelvo?

—Si vuelves no saldría de casa ni para comprar el pan. Me pasaría la vida jugando a videojuegos contigo y abrazándote y escondiéndote del mundo...—suspiró—. ¡Ha sonado muy mal! No te voy a esconder del mundo claro, algún día haremos el tag de la novia y todas esas mierdas...

Y en un abrir y cerrar de ojos, ambos nos habíamos quedado sin habla con las mejillas carmesíes.

Cerré mis ojos con fuerza para evitar que rebeldes lágrimas se deslizaran por mis mejillas y con mis manos formé fuertes puños. La nostalgia ya me estaba invadiendo y aún no me había ido. Ese sentimiento salía de la boca de mi estómago y se desplazaba hasta la garganta, formando un gran nudo que no me dejaba hablar o respirar con claridad. Pero a lo que más afectaba sin ninguna duda era a mi rojo y palpitante corazón.

El frenazo del tren y la alarma de llegada hicieron que mis párpados se despegaran rápidamente y que mi cuerpo reaccionara tirándose involuntariamente a los brazos de Rubius. Le abracé tanto como pude y fuerte, no quería dejarlo escapar. Pegué todo lo que pude mi anatomía a él llorando en su pecho. Froté mi nariz contra su abrigo de plumas, dejándome deleitar por su olor una preciosa y última vez.

—Enana Weasley...—dijo una voz temblorosa desde arriba, acariciando mi pelo. Alcé la vista encontrándome con sus pequeños pardos brillantes y aguados—. Desde ahora te voy a llamar así, mi pelirrojilla.

Besó mi frente, mis mejillas, mi nariz y por último mis labios. Me besó como si tuviera sed y miedo de no volver a verme ni a tenerme, de no volver a tocarme, a besarme.

—Cuídate enana—dijo besando mi coronilla y abrazándome de nuevo.

Tomé mis maletas y seguí a mis amigas hasta dónde estaban ya sentadas.

Volvía a casa con dos chorros de agua corriéndome por el rostro.

Ainara (R.d.g) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora