Capítulo 7 : La cazadora de calamidades

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En voz de Ikamori

"Es imposible huir de la propia naturaleza, es una guerra destinada a perderse, sin embargo, insistimos vanamente en combatir nuestros propios deseos, sean nobles o siniestros"

4 de Abril de 1940: En un paraje de los Andes.

Había dejado atrás los verdes prados y en su lugar había millas de nieve. Alcé la vista y lo único que tenía frente a mí eran dunas de blancura, acompañadas del silencio. En aquél confín del mundo moraba una Calamidad, silenciosa aguardaba a algún incauto, pero hoy no lo encontraría. Caminé un poco más, jugueteando con la nieve hasta que mis dedos morenos se tornaron azulados. En escazas ocasiones tenía la oportunidad de ir a lugares tan remotos y magníficos. Detuve mi andar para contemplar la majestuosidad del paraje, entre la afonía y la soledad invernal, me sentía tan diminuta y perecedera. Era un punto café en el eterno paisaje invernal.

Me pareció irreal que una calamidad estuviese oculta en un lugar tan aislado. Estos seres nunca se alejaban tanto las urbes, obedeciendo a su instinto buscaban con frenesí a los seres humanos, causando desastres a donde fueran, su único fin era acabar con la humanidad. De ahí su nombre y mi origen: la Cazadora de Calamidades.

Conforme los seres humanos se multiplicaban, las bestias también. Nacían del padecer de la naturaleza. Eran la materialización de la agonía de animales, plantas y todo aquello que había sido ultrajado por el hombre, es decir, todo lo que coexistía con él. Nada estaba a salvo de las manos ambiciosas de la humanidad, y a pesar del evidente daño, no se detenían. No podían ir en contra de su psique: Conquistar y evolucionar, sin importar qué o quién. Así eran, así fui..

Desde hacía más de un milenio me dedicaba a la cacería, sin embargo, después de repetir tanto tiempo la misma labor, comenzaba a sentirme apática y ociosa. Esas emociones me llevaron a cuestionarme si mis actos eran los correctos: ¿Por qué mataba a seres que habían nacido de la crueldad humana? ¿Por qué debía arreglar los desastres de otros? Y en especial, ¿por qué la creadora me había dado esta encomienda? Mis pensamientos iban y venían entre preguntas sin beneficio, pero me bastó la simplicidad de una oración para reafirmar mi convicción: La creadora nunca se equivoca.

Caminé un poco más hasta que un viento suave y cálido acarició mi rostro, era el hálito de la calamidad. Su boca estaba a escasos centímetros de mi cuerpo, retrocedí unos pasos para apreciarle mejor. Era majestuoso. Similar a un bisonte albino, me cuadriplicaba la altura, sin considerar los enormes cuernos que coronaban su cabeza, eran más grandes de lo habitual como los de un venado. Tenía tanto pelaje que apenas podía apreciarle los profundo ojos negros y el hocico. De la enorme boca se asomaba dientes deformes y babeaba constantemente. Me pareció bello, pero no estaba ahí para admirarlo, sino para matarle.

—Sabes a que he venido —dije mientras tomaba con ambas manos el mango de la espada que cargaba en mi espalda—. Podemos hacer esto rápido. No te muevas —agregué y desenvainé el arma con agilidad, esgrimiendo un golpe directo a la bestia, pero antes de que pudiera tocarla una enorme pared de hielo se levantó entre nosotros, era tan dura que el estoque quedó atascado. Traté de liberarlo, pero al tacto la frialdad comenzó a correr sobre el metal congelando mis palmas.

— ¡Ah! —Grité adolorida—. ¡Maldición! ¿Por qué no pueden hacer esto sencillo? —gruñí sobando mis manos. La calamidad me observó en silencio desde el otro lado, cerró y abrió la boca, cual si fuera un pez. El movimiento cesó para dar paso a un sonido grave y senil.

—Me pide que entregue mi vida sin objeción alguna —espetó la bestia dejándome boquiabierta, hacía muchísimo que una calamidad no hablaba. Era la segunda vez en mil años, que veía una con la capacidad de razonar otra cosa que no fuera el instinto de matar.

La Bruja del OlvidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora