II

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Me quedé en blanco

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Me quedé en blanco. Había chocado la motocicleta de un chico, probablemente muy popular, y temía que este hiciera mi vida imposible.

Mi corazón comenzó a latir tan rápido que temía que saliera de mi pecho. Mis manos sudaban y traté de cubrir mi rostro mientras daba pasos torpes. Sin embargo, el chico interrumpió mi escape.

—Hola —dijo suavemente y me sonrió. ¿A mí? No, Tae, a la motocicleta caída. ¡Claro que a ti! Pero, ¿por qué? ¿Acaso le sonreía así a todas las personas que dañaban sus cosas? Levanté la vista avergonzado por mi torpeza y juraría que podría perderme en esos ojos avellana que se encontraron con los míos.

Nervioso, comencé a dar pequeños pasos hacia atrás y cuando me encontraba cerca de la puerta, corrí.

Sí, corrí como si mi vida dependiera de ello.

Escuché un grito a mis espaldas, pero lo ignoré.

Suspiré triunfante cuando finalmente pude mezclarme con el resto de las personas. Ahora solo debía controlar mi maldita torpeza y, sobre todo, esquivar al guapo dueño de la bicicleta. Fácil, ¿no?

Comencé a caminar rumbo a las oficinas administrativas. Seguramente alguna secretaria tendría mis horarios y dejaría de perder el tiempo en este inmenso lugar.

¿Dónde estaban las malditas oficinas? O mejor aún, ¿por qué no ponían letreros? En estos momentos, odio mi orientación de pato.

Y si se preguntan, “Tae, ¿por qué no pediste indicaciones?” Lo hice y solo recibí malas miradas o en el mejor de los casos, que me dejaran hablando sola.

Después de no obtener ningún resultado de estos niñatos, estuve tentado de enviarle un mensaje a Jin para que al menos me orientara, pero sería la excusa perfecta para que se saltara sus clases, así que descarté la idea.

Y como parece que alguna divinidad se divierte poniéndome en aprietos, para variar, nuevamente me di cuenta demasiado tarde de que iba a chocar con alguien.

Cuando pude reaccionar, ya era demasiado tarde y todas las cosas que esa persona traía en las manos terminaron en el suelo.

Lo digo: alguien de arriba la tiene contra mí.

Rápidamente me lancé al suelo para recoger sus pertenencias. Mis orejas ardían, debía estar completamente rojo. Mi plan no iba para nada bien y, aunque no revelé mi secreto, mi torpeza lo reemplazó.

Recolecté todo lo que pude y levanté lentamente, tímidamente, mi cabeza.

—Eres tú. —exclamó con una sonrisa en su rostro.

El Síndrome De Pinocho | 𝗧𝗮𝗲𝗸𝗼𝗼𝗸. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora