Capítulo 32: El principio del fin

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Evan

Los asistentes a la reunión se fueron levantando y abandonando la sala uno a uno, todos en silencio, aguantando el peso que suponía haber decidido entrar en guerra. Más muertes, más sangre, más destrucción.

Fui el último que quedó en la sala, no porque quisiera sino porque no podía moverme. Sentía como si el mundo se estuviese burlando de todos nosotros. Necesitaba una rato para digerir toda esa nueva información pero, por mucho que intentara, se me atascaba en la garganta.

Tenía muchos sentimientos encontrados tras la reunión... Aún me sentía un poco avergonzado después de que mi madre me llamase "su niño" y... Espera... ¿¡Dijo que Gabrielle era mi novia?! Abrí los ojos como platos y noté mi cara cada vez más caliente, me la tapé con las manos aunque en ese momento era el único que estaba en la sala. Cuando quería, mi madre podía meter mucho la pata y ese fue un claro ejemplo. Me llevé las manos al pelo y me empecé a peinar y despeinar para tranquilizarme y convencerme de que no pasaba nada.

Por fin tuve el valor de levantarme y salir, dejando la sala desierta. De camino a mi habitación vi a estudiantes paseando, todos con algo en las manos: libros, libretas, folios con apuntes, mochilas... Algunos con alguna que otra tímida sonrisa pero muchos serios, con la mirada perdida y silenciosos. Pensé en los fraguanos y en lo que cada unos de ellos estaría haciendo en ese momento: deberes, jugar, leer, hablar con amigos, pasear... Y me pareció curioso cómo la decisión de unas pocas personas podría afectar en la vida de los demás. Muchos de los ciudadanos de la Fragua morirían en la guerra que se anunciaría al día siguiente y pasarían de ser personas a ser números. Me abrumó esa idea pero lo que más me aterrorizó de todo fue que yo podría estar entre ellos. Como "teórico" draacar uno de mis deberes era proteger a mi pueblo, ¿qué clase de líder sería si no luchara por aquellos que sí lucharían por mí? Aunque aún albergaba una pequeña esperanza de que me dijeran que aún no estaba preparado para ejercer mis deberes como draacar... Pero era muy poco probable que eso pasara.

Llegué a la puerta de mi habitación y pensé en mis hermanos. Cuando acabó el discurso de los subterráneos ninguno dijo nada. Los más pequeños no dieron mucha importancia a lo que acababan de decir por la tele y siguieron comiendo como si no hubiera mañana, los medianos se miraban entre ellos y a nosotros en busca de explicaciones y Eris y yo nos intercambiamos miradas. Ninguno sabía qué hacer hasta que Eris volvió a felicitar a Jasin por su excelente trabajo en la cocina y todo volvió a una relativa normalidad. Cuando terminamos de comer mandamos a todos a sus habitaciones a descansar un poco y mientras Eris y yo salimos a dar un paseo para hablar sin que nos escucharan. Compartimos dudas y temores y los dos estuvimos de acuerdo en que nuestra familia tenía que estar junta ahora más que nunca. Por eso le di la espalda a la puerta de mi habitación y me dirigí a la casa provisional de mi hermanos.

Cuando me abrieron la puerta me recibieron con la misma alegría de siempre y gracias al baño de besos y abrazos me pude olvidar, por unos instantes, de lo que se avecinaba. Eris también me dio abrazos y besos pero en sus ojos pude que ver que luego quería saber qué había pasado. Yo le respondí borrando mi sonrisa y desviando la mirada. Ella lo entendió y también bajó la vista.

Cené con ellos entre risas y juegos hasta que fue lo suficientemente tarde como para que mis hermanos se durmieran en el suelo mismo. Después de llevarlos a la cama y sentarnos en las sillas del salón, empezó el interrogatorio de Eris.

-Bueno... ¿Qué tal ha ido la reunión?

La miré con una honesta cara de cansancio, desvié la mirada y suspiré. Dudé en cómo se lo podía contar pero estaba demasiado agotado mentalmente como para pensar en una forma de decirlo de manera suave.

La leyenda de los turstaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora