Capítulo 20: Xaolte

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Evan

-¿Absurdo? Señorita Irdania, no le permito que se dirija de ese modo a la historia de nuestro pueblo...

Un silbido cortó la frase del Draacar Superior y apareció, justo a unos escasos centímetros de su cabeza, una flecha clavada entre las rocas de la pared. Me tomé un momento para maravillarme de la puntería de la persona que la hubiese tirado, acertar en las grietas de entre las rocas era igual de posible que encontrarte a alguien que supiera niarik en el País del Papel.

Al momento se formó el caos.

Empezaron a llover flechas desde una pequeña ventana situada enfrente del Draccar Superior, los dos guardias que estaban flanqueando la puerta de entrada aparecieron casi al instante delante de Trent y de Gabrielle, después de asegurar de que Arion se resguardase debajo de la mesa. Hice lo mismo que el draacar pero antes de estar completamente a salvo una flecha rasgó la manga de mi brazo derecho de mi camisa, haciéndome un corte lo suficientemente profundo para que a los pocos segundos tuviera media manga manchada de sangre.

Debajo de la mesa pude comprobar que Trent y Gabrielle habían tenido la misma idea que el Draacar Superior. Trent y Arion estaban con los músculos tensos como si en cualquier momento pudieran saltar de debajo de la Mesa de Fuego y atacar al atacante (¡ja!) con nada más que sus propias manos. En cambio Gabrielle estaba abrazándose las rodillas y mirando los movimientos de los demás con los ojos como platos. En ese momento me pareció más pequeña de lo que aparentaba y recordé que nunca antes la había visto asustada. Tuve el impulso de acercarme a ella y abrazarla pero recordé mi brazo ensangrentado y decidí que lo mejor era quedarme donde estaba.

Todos los draacars, menos Arion que estaba a mi derecha, corrieron en dirección a las flechas y se pusieron debajo de la ventana. Se comunicaron mediante unos gestos que más o menos supe identificar. Iban a atacar al que nos estaba lanzando flechas. De repente todos miraron a una mujer que llevaba una lanza (¿de dónde la había sacado?) y ella asintió. La vi contar hasta tres, respirar hondo y, con un grito que se podría haber oído desde más allá del lado opuesto del Reino de la Fragua, se levantó de un salto y lanzó su arma a través de la ventana... Y las flechas dejaron de cortar el aire.

Pude sentir cómo todos los asistentes respirábamos aliviados como si hubiésemos estado debajo del agua durante más de dos minutos.

Los siguientes acontecimientos fueron como un mal sueño, mientras la adrenalina iba desapareciendo de mi cuerpo. Recuerdo salir de la sala e irnos a otra. Recuerdo que alguien me preguntó por mi brazo, le respondí lo mejor que pude y seguimos caminando. Lo único que recuerdo con abrumante claridad fue cuando tuve la brillante idea de mirar mi herida para... Sinceramente, no me acuerdo para qué, pero miré. La manga blanca había desaparecido y había sido sustituida por una idéntica pero pegajosa y de un color rojizo brillante por la parte más cercana a mi mano (que estaba tapando la herida) que se iba volviendo cada vez más oscura conforme bajaba por mi brazo. Por la punta de mis dedos goteaba la sangre que se escurría por la mano que me tapaba la herida y tintaba mi recorrido, desde la Mesa de Fuego, hasta mi casa. Aún no sé cómo llegué hasta allí.

Tuve una vaga idea de que me sentaban en una silla y me quitaban la camisa. De repente un dolor terriblemente punzante me recorrió todo el cuerpo, desde la herida hasta mi cabeza. Pegué un grito.

-¡AAAAAAAAAAAAAH! ¡XAOLTE!

Noté un golpe fuerte en la cabeza y la voz de mi madre.

-Cuida ese lenguaje, Evan. Tus hermanos están delante y tenemos invitados por si no te habías dado cuenta.

Ese fue el momento en el que me desperté de la conmoción. Estaba sentado en una de las sillas del salón. Estaban mis dos hermanos mellizos, Yuna y Naim, sentados delante de mí con las manos debajo de la barbilla, mirándome curiosos. Más allá, sentados en los sofás estaban Gabrielle, mis hermanas Jasin y Eris, Trent jugando con mi hermano Tarin y Arion y mi padre aún más apartados hablando entre susurros. Todos habían interrumpido lo que estaban haciendo cuando pegué el grito y, después de unas sonrisitas por parte de Jasin, Tarin y mi padre y algunas caras de preocupación de parte de Gabrielle, Trent, Eris y Arion, reiniciaron sus conversaciones. Todos menos Eris que se había acercado para darme un poco de consuelo y conversación.

La leyenda de los turstaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora