Capitulo 2

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Puse un pie tras otro. Bostecé. Arrastre mis pantuflas por el frio piso. Bostecé.

Entré a la cocina con los ojos un poco achinados; las cortinas dejaban pasar toda la luz dejándome un poco segada. Me froté los ojos para poder así acostumbrarme.

Había dormido de la peor manera posible. Me dolía todo el cuerpo, y el cuello a más no poder. Cuando desperté me encontraba colgando de la cama boca arriba, lo cual quiere decir que mi cuello estaba casi torcido en un ángulo perfecto de noventa grados. De ahí el dolor de cuello.

Sin poder evitarlo bostecé otra vez. Mi cuerpo y mente estaban exhaustos.

Busqué algo de desayunar, como siempre, cereal. Busque el mío, pero al no encontrarlo tomé "prestado" el de mi hermano. Teniendo todo listo comencé a comer.

La cocina era como el lugar sagrado de mamá. Los buenos momentos en familia ocurrían ahí. El grande ventanal hacia que la luz pasara atreves de ella e iluminaba la cocina, y según mamá también nuestro día. El color veis de las paredes combinaban a la perfección con la cerámica y la alacena de madera dándole un toque acogedor al lugar.

Unos minutos después entro Daniel recién bañado, y listo para ir a la escuela. Se dirigió hacia su escondite de cereales sin inmutarse de mi presencia. Yo solo esperé con una gran sonrisa en mis labios.

Se escuchó donde busaca entre los estantes de la alacena, pero no encontraría nada.

―Mamá, no está mi cereal ―chilló con su típico berrinche de bebé.

―Esto esta delicioso. ―solté al fin luego de unos segundos.

Daniel se giro hacia mí, pero no el cuerpo sino su cabeza dándole un toque espeluznante, pero a mí, me ocasionaba risa.

―¡Tu! ―me señalo amenazadoramente ―tu los escondiste ―gruñó. Luego su mirada se dirigió hacia la mesa donde se encontraba su cereal. Podría jurar que salió humo de sus oídos, sus mejillas estaban rosadas de la furia.

Algo era seguro, nunca pero nunca había que meterse con el cereal de Daniel, pero claro para mí era una invitación.

Se abalanzó sobre el cereal, pero lo aparte rápidamente negando con la cabeza.

―Creo que hoy no es tu día de suerte Daniel, ―me burlé    ―no hay más cereales, lo cual significa que hoy comeré un poco de este.―señale su cereal. ―tendrás que compartir, solo haz tu mayor esfuerzo- dije haciendo énfasis en "compartir" mientras le guiñaba un ojo. Le pase el cereal, y comí tranquilamente.

―Es injusto, es mi cereal, eres una tramposa...

―He, no quiero peleas ni insultos en esta casa- gruñó mamá. Entro casi trotando, literal. Mi mamá corría todas las mañanas por el pueblo, y llegaba a tiempo cuando ya íbamos a comer. De vez en cuando me despertaba a mí también para correr un rato con ella y digo de vez en cuando porque normalmente no tenía las fuerzas para levantarme de mi cálida cama. Lo cual era comprensible. A nadie le gustaba que lo despertasen de madrugada para hacer ejercicios, teniendo en cuenta que te acuestas muy de noche, claro.

Mamá se preparo un café bastante cargado. Lista para recibir un largo y cansado día como los otros. Trabaja como vice-presidenta de uno de los comités de la escuela de Daniel y era organizadora de eventos.

Sus trabajos representaban bastante su personalidad, ella era muy organizada, a veces un poco controladora y limpiadora compulsiva.

Cuando era noche de películas, Daniel era el organizador, y mamá descansaba. Daniel se encargaba de preparar tres tazones de palomitas de diferentes sabores, el cual un cuarto de ellas iban a caer al piso o sillón donde nos encontrábamos. Es ahí donde mi mamá le daba algo así como un ataque por la suciedad que causamos Daniel y yo. Era como si no lo soportase. Una vez no nos habló durante horas por haber ensuciado el sillón.

Lo que nadie diceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora