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Prólogo

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«No hace falta buscar a tu enemigo para enfrentarlo. A veces, puedes tenerlo justo frente a tus ojos y ni siquiera percatarte de su presencia»
—@Victor_the_Warrior

En algún lugar olvidado, dentro de una cueva perdida en mitad de ninguna parte, se hallaba de rodillas un hombre cuyo nombre se desconoce y cuya sola presencia en el mundo puede cambiar hasta el más mínimo ápice de cualquier vida. Arrodillado frente a un altar vagamente iluminado por velas cerosas y blancas como su barba, su cabeza caía junto a sus ojos mirando hacia el suelo, cerrados.

Su respiración pausada y su postura premeditada hacían de él un hombre anciano meditando, rodeado de sombras inciertas y olores amargos, flotando en el ambiente junto su mente varada. Fuera del plano de éste mundo, intentaba comunicarse con alguien incluso más poderoso que él. Aquella persona, cuyo nombre era incierto, irónicamente era la más conocida del planeta.

Oculto bajo una máscara de espiritualidad, un ser imposible, una criatura acechante movía los hilos de la vida y la muerte. Y esta persona era la misma que aquel "sencillo" hombre, perdido y a la vez encontrado, quería contactar. Y es que esos dos seres ya sabían el uno del otro. Maestro y Pupilo, Amo y Servidor, Dueño y Esbirro, el esclavo se reunía de nuevo junto al faraón.

La escasa luz de llamas de miles de velas candentes comenzó a desvanecerse con lentitud, al igual que el tiempo y el espacio. El cuerpo del hombre se convertía en algo etéreo, invisible, intangible y a la vez puramente real. La habitación perdida en la cueva más secreta del planeta se sumió en la penumbra, sin ayuda de la noche o de las sombras. Ni siquiera el altar quedó en pie, pues la existencia de la sala siempre ha sido incierta.

Una voz sacó al anciano de su meditación, guiándolo por un extraño mundo hasta su cálida presencia. Tras hacer una correcta reverencia, el servidor se presentó de nuevo hasta su Amo, justo e imparcial. Su túnica gris contrastaba con las cuatro paredes blancas de la habitación. Su figura parecía nada más que basura frente a la que se alzaba frente a él, ocupando su sitio en un trono luminiscente decorado con las más bellas proezas del ser humano.

Paso a paso, regulando su respiración y su agitado corazón, el hombre anciano se acercó hasta Él y agachó su cabeza, evitando mirarle a los ojos. Su barba y las mangas de su larga túnica quedaron colgando mientras sentía como el conocido tacto de una mano acariciaba sus cabellos canos, haciendo acto de presencia. Hechas las presentaciones, Él comenzó a hablar:

—Tengo otra misión para ti —proclamó con una voz profunda y grave que despertaba al Universo. El anciano subió su cabeza y vio cómo le extendía hasta sus manos un pequeño papel, fino y meticulosamente decorado, enrollado como un pergamino y cerrado por el abrazo de un elegante cordón rojo. El hombre lo cogió sin vacilar y el destino del mensaje se le reveló ante él como una esclarecida visión.

—Que sus deseos se hagan órdenes y sus órdenes sean cumplidas.

Una vez que aquellas palabras llegaron a oídos de Él, se despidió con un amable gesto y el hombre volvió a arrodillarse para, esta vez, despertar frente al altar, rodeado por la penumbra que dejaron decenas de velas consumidas por un tiempo que en realidad nunca pasó. Algo diferente había esta vez, y era el mensaje enrollado que atrapaba entre sus viejas manos.

Con el diminuto pergamino en su poder, el hombre se incorporó y su cuerpo caminó lentamente hasta la salida de la habitación perdida en la cueva secreta. Las rocosas paredes y el suelo arenoso de aquel extraño lugar, nada tenían que ver con la armonía celestial de una sala perfecta en la que habitaba felizmente alguien más anciano que la creación. Respiró hondo y guardó el papel en su túnica, sonriendo.

—Que mis deseos sean cumplidos y cumplidas sean mis órdenes. Que mi deseo cumplido sea la orden que usted deba acatar para siempre, mi Señor.

Y la breve llama de una diminuta vela se apagó.


Scarlett: La Leyenda de Silver Creek (Trilogía Scarlett n°1)Where stories live. Discover now