Vicino alla Verità

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A la mañana siguiente comencé mi nueva vida como una integrante de los Blacked… al menos hasta que recuperara mi memoria, que no fue el caso de aquella mañana. Parecía muy lejano aquel recuerdo en el que desperté solitaria en el bosque.

Esa noche había dormido en la habitación a la que me había dirigido Gabriel el día anterior, junto a la habitación de Alex. Al despertarme, miré por la ventana que estaba empañada, la tormenta cada vez estaba peor e inundaba todo el cielo de un color oscuro y poco realista, como si el cielo hubiera sido pintado de un tono negro. Aquella mañana me había despertado temprano, debía ir al Instituto, los Blacked figurarían como mis tutores –ellos conocían a la policía de aquel lugar, por lo que no se les dificultarían los temas legales–y empezaría junto a Alex, que estaba en mi mismo salón, Gabriel, que iba un año más adelantado ya que tenía 17 años, y Jodie, que iba dos años menos que Alex y yo.

Salté de la cama como si me hubiera pinchado con un alfiler, y me cambié rápidamente ya que el viento se filtraba por la ventana y amenazaba con darme un resfriado en un futuro no muy lejano, por lo que tampoco me pude bañar. Me puse una remera negra lisa y unos jeans del mismo color, junto con las convers que había tomado prestadas, al igual que todo lo anterior.

Bajé a la cocina, pero no había indicios de vida humana, por lo que me dirigí al comedor; allí estaban todos sentados y ya estaban desayunando. Alex estaba igual que el día anterior, con una remera blanca y unos jeans negros, Gabriel tenía una remera negra muy ajustada, que hacia resaltar su cuerpo trabajado; unos dibujos negros y rojos parecían querer salir por debajo de ésta en el brazo izquierdo, supuse que eran tatuajes.

– ¡Dreyri! –gritó Lorde con una sonrisa, haciéndome desviar la mirada–. Espero que hayas dormido bien, por favor siéntate –dijo con el brazo extendido, señalándome una silla que estaba junto a la de Alex.

Yo estaba en la entrada de la sala con un brazo tomándome el otro, totalmente inmóvil. Pronto me senté en la mesa, dejándome caer en la silla, todos me saludaron con un fuerte “hola” y yo les respondí con un gesto tímido de la mano. Que estúpida que soy. Todos siguieron comiendo su desayuno: tostadas de mermelada de durazno, o dulce de leche, o queso para untar, junto con café, chocolatada o leche sola. Cada uno elegía lo que quería. Yo tomé lentamente café y una tostada con mermelada.

–Jodie, alcánzame la azúcar –pidió Alex, que estaba mi lado.

–Solo si me prometes que Alice volverá a salir conmigo –dijo el chico, tomando la azúcar y llevándosela consigo para que nadie la tomara y se la diera a su hermano mayor.

–Ya te dije que no puedo hacer nada –contestó rodando los ojos–. Todas las mujeres se rinden a mis encantos –dijo, mientras me miraba y me guiñaba el ojo, literalmente.

Me quedé quieta en la silla, no sabía que responder. Sabía que era un poco egocéntrico, pero no había pensado hasta qué punto podría llegar a serlo. Maldita sea, seguramente ya estaría sonrojada.

–Alex, Jodie, dejen de pelear por el amor de Dios.

–Querida madre, dejaría de pelear si mi hermano menor me alcanzara la azúcar. Muchísimas gracias.

–Jodie, alcánzale la azúcar a tu hermano –dijo Lorde rodando los ojos.

–Está bien. Pero que deje de enamorar a mi futura novia, todos sabemos que es gay –dicho esto, le tiró el pote donde estaba la azúcar, con tanta mala suerte que ésta se abrió en medio del recorrido y la azúcar se volcó en el aire hacia la cabeza de Alex, Gabriel y yo, que quedamos totalmente llenos de copos blancos azucarados.

–Jodie… te mataré –dijo Alex tranquilamente.

–Yo también –lo apoyó Gabriel.

–Lo siento –contestó alzando los brazos y dejándolos caer a los costados.

Secretos de Sangre ©Where stories live. Discover now