Il libro Segreto I

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Otra vez tenía los ojos cerrados. Sufría una jaqueca casi descomunal, inquietante. El crudo deseo de sanarme lleva consigo un pecado dulce, amargo.

Dreyri.

Escuché un susurro en mi cabeza, de alguien que hablaba muy dentro de ella. Mi nombre parecía arrancado de un grito ahogado, casi violento. Voltee la cabeza hacia un lado, hacia el otro. Pero nuevamente no podía despegar los párpados para poder ver a mí alrededor.

Concéntrate.

La voz gimió a mi derecha, incrustando entre mis cabellos un pedido de acción. Sostuve la vara entre mis dos manos con más rigidez. Pude sentir mis nudillos tornarse de color blanquecino por la fuerza que estaba haciendo. Intenté concentrar mis demás sentidos en un solo objetivo: buscarlo.

Cerca.

La voz siguió serpenteando a mi izquierda, dando vueltas alrededor de mí como en un baile funesto. Giré rápidamente todo el cuerpo hacia el lugar donde provenía el susurro. Todo el peso de mi cuerpo lo sostenía con mi pierna derecha, intentando de este modo que no me derribara. Golpee al aire con la vara, tratando de alcanzar su cuerpo, pero lo único que pude escuchar fue el sonido del viento contra la madera.

Su respiración era entrecortada, podía sentirlo. Además, su mera presencia, tan cerca de mí, me hacía sentir inquieta. Estaba alerta ante cualquier cambio en el aire... ante cualquier movimiento. El sonido de su túnica deslizándose a través de la cerámica que cubría el suelo por completo, me hizo eco entre los cabellos. Sabía dónde estaba. Giré de manera sigilosa, rápida. Moví la vara de madera hacia la dirección donde pensaba que estaría él esperándome. En el momento que toda mi fuerza se estaba yendo por el agotamiento, golpee su anatomía.

Sonrió con anhelo, estupor.

Has mejorado.

Su voz volvía a ser como la de antes, melodiosa. Coloqué ambos talones juntos, colocándome en posición militar.

Una vez más me has encontrado.

Sonreí al escuchar el halago de parte del sensei.

—¿Ya podemos volver? —inquirí con miedo de que su respuesta sea negativa.

Ya me encontraba agotada, quería descansar un poco antes de que el entrenamiento con Axel me dejara aun en peores condiciones.

Sabes que pronto los cazadores se habrán encontrado y vendrán aquí, ¿cierto?

La mandíbula se me tensionó. Apreté las manos alrededor de la vara de madera que aún tenía como arma.

—Lo sé... prometo estar preparada para cuando eso suceda.

Sin embargo, no eres solamente tú quien debe estar preparada. También los demás. Muchos vendrán aquí a principios del invierno; cuando eso suceda, tendrás que entrenarlos como yo y los demás hemos hecho contigo.

Me quedé en silencio, escuchando cada palabra que el sensei intentaba hacerme entender con suavidad.

—Estaré preparada —repetí con un hilo de voz.

Escuché al sensei respirar de manera frágil, poco nítida. Su corazón se aceleró de repente, como si algo estuviera mal. Todo su cuerpo sufrió un breve colapso nervioso. A pesar de tener los ojos cerrados, podía sentir cómo sus articulaciones comenzaban a desencadenar pequeñas convulsiones.

—¿Sensei? —pregunté alarmada, dejando caer de entre mis manos la vara de madera.

En ese momento, la oscuridad de mis ojos se hizo más negra, más pesada. La mente del anciano estaba quebrándose... eso significaba que el despertar de la ilusión en donde estábamos iba a ser brusco.

Secretos de Sangre ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora