Piume nere

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Delante de mí: un árbol. A mi lado derecho: Abaddon. A mi lado izquierdo: la costa, el mar, la arena. Atrás de mí ―a algunos kilómetros―: la mansión. En mis manos: un bulto negro abollado que me cubría la extensión de ambas, haciéndoseme casi imposible el hecho de utilizarlas para cualquier otra cosa.


Miraba fijamente, casi ni pestañaba. Pero, aun así, no lograba distinguir lo que me decía.

"No mires directamente, fija tu mirada unos metros por delante; veras una mancha, una figura disuelta, como si fuera humo. Pronto descubrirás su figura", me había dicho el Demonio. Pero seguía sin ver nada.

―¿La ves? ―preguntó con miedo, probablemente con desilusión de que no sea así.

―Eso creo. ―Creía estar equivocada pero no sabía cómo podría estar mejor, porque no la veía en realidad, ni siquiera la sentía.

Abaddon me tomó el mentón con su mano. Su piel hervía en la mía, me clavaba las uñas de sus dedos en la carne; emití un leve suspiro, un gemido de dolor. Tenía que ser fuerte.

Él giró mi cabeza ligeramente a la derecha con mucha fuerza.

―¡Está ahí! ―me gritaba una y otra vez en el oído; pero, ante cualquier respuesta, me quedaba quieta. Ni siquiera pestañeaba. ―, ¿cómo no la puedes ver?

―Aún no he desarrollado esa habilidad parece ―escupí sin miedo entre sus garras, que comenzaban cada vez a aprisionarme más.

―¿Cómo que no? ―gritó de nuevo en mi oído. Su voz salía profundamente desde el interior de su garganta, con fuerza y estrepito.

Ni siquiera le importaba si es que estaba cansada, como realmente me encontraba. Hacía al menos cuatro horas que estábamos entrenando. Él me enseñaba sus mejores trucos de batalla mientras que yo trataba de contentarlo aprendiendo rápido, o comenzaba a perder la paciencia como en aquel momento. Quería enseñarme a ver a través del mundo mortal, algo que sólo los que podían practicar la necromancia lograban hacer con satisfactorios resultados... algo que no me estaba ocurriendo.

Mi "mascota" comenzó a gritarme insultos en el oído. Su voz iba incrementando en gravedad y energía con cada palabra que recitaba.

Tenía miedo de lo que estaba por hacer, incluso me había golpeado varias veces cuando me había equivocado en seguir sus pasos o, cuando un movimiento de defensa no me salía, no se inmutaba en parar el golpe que iba a propinarme, sino que iba con mayor fuerza contra mi cuerpo.

Intentaba aun mantenerme en mis pies sin ayuda de sostenerme en su anatomía poco humana. Pero ya tenía varios golpes en las piernas por sus ataques de furia, incluso poseía el labio partido, por el cual vagaba solitario un hilillo de sangre que intentaba secarse prontamente para cerrar la herida.

Instintivamente me pasé la lengua por allí. Un dolor eléctrico hizo que me detuviera. Tenía el labio ligeramente inflamado en esa zona y aun no había sanado del todo. Probablemente seguía siendo humana en varios aspectos.

Ni siquiera estaba escuchando sus gritos, pero de pronto entré en la realidad cuando enterró mi cuerpo en la tierra áspera, cayendo boca abajo sin nada que mantuviera mi caída. Me había empujado, y mi primer acto reflejo fue salvar el bulto negro de cualquier golpe, por lo que mi rostro sufrió las consecuencias de la caída.

Mis codos comenzaron a sangrar despacio al tratar de incorporarme con las manos juntas, sosteniéndolo. Mis extremidades estaban magulladas, sin piel a causa del golpe contra la tierra.

―Eres un humano tan inútil.

Comencé a pararme. Mis brazos temblaban, pero debían servirme de apoyo si quería continuar con las prácticas.

Secretos de Sangre ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora