Adozione

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Se quedó parado en la misma posición en la que se había detenido para verme a los ojos. Pero estaba muy pálido, y parecía a punto de vomitar. Me preocupé por su salud, cada vez estaba más verde, y los minutos pasaban. Parecía una momia petrificada.

–Yo… –comenzó a decir, aunque cada vez más asustado.

–Está bien, si quieres no me digas. Todos tienen secretos, y no soy nadie para preguntarte algo, ya que ni yo puedo responder a mis propias preguntas –dije sonriéndole, mientras el frio que entraba por la ventana calaba mis huesos y me hacía tiritar.

Me contestó con otra sonrisa, mientras el color volvía a su cuerpo, y volvía a estar más tranquilo.

–Lo siento, no puedo contártelo por el momento. Pero pronto sabrás todo. Hoy mismo si quieres.

Deje que las palabras fluyeran por la habitación, como el viento frio que comenzaba a ser su aparición cada vez más palpable. Nos quedamos en silencio, sin saber que decir.

– ¿Sabes quién soy? –pregunté, cortando el silencio.

–No, realmente no lo sé. Pero pronto lo averiguaremos, puedes estar segura de eso –dijo con una sonrisa que tranquilizaría a cualquiera en el mundo. Parecía como si ya la conociera, como si estuviera acostumbrada desde muy niña a ver esa sonrisa.

–Lo siento, realmente no quiero ser una molestia para nadie. Y sin memoria, soy una carga peor –dije, mirando mis zapatillas converse y el charco de agua que dejaba a mi alrededor, aún estaba mojada.

–No eres una molestia para nadie, Dreyri. Te ayudaremos –contestó, acercándose un paso hacia mí.

–Gracias, pero en serio, no quisiera molestar. Además ni me conocen, ¿qué pasaría si descubren que soy una asesina en serie?

Eso hizo reír a Gabriel.

–Quédate tranquila, si fueras una asesina serial, ya lo hubiéramos descubierto –contestó guiñándome un ojo y, dirigiéndose hacia la puerta, continúo: –. Espero que te sientas a gusto, baja cuando hayas terminado si quieres.

Y cerró la puerta detrás de sí, mientras me dejaba sola en una habitación extraña, junto al vidrio delgado de una enorme ventana que daba hacia la más atroz tormenta que había visto jamás –o eso era lo que yo me acordaba, teniendo en cuenta que no recordaba nada en absoluto–.

Me dirigí hacia el baño, y cerré la puerta detrás de mí; era diminuto y todo blanco: paredes, techo, piso y muebles. Abrí la ducha, y dejé que se calentara el agua mientras comenzaba a sacarme la ropa húmeda, y la colgaba en una silla que estaba allí, lo que me pareció realmente extraño ¿para qué alguien necesitara una silla en un baño, también de color blanco?

Ya desnuda me zambullí en la bañera, que estaba a temperatura totalmente ambiente, lo que no me molestó, me gustaba un poco fría. Al salir, estaba totalmente relajada, y el frio que se había incorporado en mi cuerpo de la tormenta, se había desvanecido totalmente con el agua de la bañera. El cuarto de baño estaba inundado con un vapor blanco –a partir de ese día, juré, jamás me pondría algo de ese color–. Me coloqué en frente del espejo que estaba empañado, lo limpié con el dorso de la mano. Sería la primera vez que miraba a mi rostro, ni eso llegaba a recordar. Al verme, me pareció observar a una desconocida: tenia, efectivamente, el cabello rojo y unas pestañas finas y largas que enmarcaban mis ojos grandes de color miel bastante claros. Era bastante pálida, tanto que mis venas se marcaban, había una azulada cerca del mentón, del lado derecho. Parecía muerta. Me daba miedo de estarlo. Me daba miedo a mí misma. Parecía muerta. Deje de pensar así, obviamente no estaba muerta, porque dos chicos muy extraños que me dieron hospedaje en situaciones aún más raras me habían hablado y me habían visto… aunque yo había visto a Tony.

Secretos de Sangre ©Where stories live. Discover now